martes, 17 de diciembre de 2019

Descenso

Mujer de antes, de antes del tiempo. Los océanos tienen tu forma. Vas caminando por encima del agua, y por debajo se debate el núcleo confuso de toda existencia. Tus pies dejan huellas mojadas que atraviesan distintos sueños, y en cada sueño distintas capas. El descenso es lento, la densidad ahoga la materia, profundiza la respiración. Estás coronada por tu piel, un rayo de sol dibujando formas sagradas. Cada vez que despierto recuerdo tus colores que son los colores de la naturaleza, de los volcanes y de las selvas, de los espacios que dejan las palabras, pero cuando el insomnio de verano me derrite contra las paredes, apenas puedo representarte con una piel humana. Tu piel brilla, pequeña estructura solar iluminando la noche. El descenso es tibio. Te ofrezco las mareas de saliva que se forman en mi boca, espero que con ellas optimices la vida en un espacio nuevo reservado para los milagros. Mujer de agua, el tiempo se detiene cuando te idealizo. Mi cama navega por un ramaje privado de tu cuerpo, buscándote. Estás en una isla. Tengo que mirar por encima de mis ojos para reconocer el brillo marino de tu pelo negro y ondulado. Mujer de antes, de antes de tu nombre.

viernes, 22 de noviembre de 2019

Los niños sueñan con planetas nuevos





A los cinco años descubrí que las ciudades son puentes infinitos, transiciones circulares. Me acerqué al borde de unos de esos puentes, apoyé las rodillas en el asfalto y cerré los ojos. Pensamientos como ruinas, sensaciones nuevas. Una mariposa ondulándose entre dos mundos. En el mundo de mis ojos cerrados no hay umbrales, hay pasos que suenan verdes y azules y amarillos. La luz directo a mi retina estereotipa la primavera, la nombra y la usa como material combustible. Mi actitud cambia. Explosiones en el cuerpo. Es decir, silencio.




Los pensamientos se vuelven agua, sube el nivel de la marea y todo queda diluido, inutilizable. Es el mecanismo. Aunque ahora sí podría hablar, pero no hay nadie alrededor de la cruz ni del cuerpo que me constituye. Mi cuerpo será agua dentro de pocas horas. El amor no es recíproco a menos que se tenga muchísimo tiempo, más de tres días. Me gustaría tener las manos desatadas para cruzar el círculo invisible que me rodea. Luego volvería a mi posición, los golpes de martillo más fuertes que nunca, las muñecas sangrantes: autoaceptación. No vienen por mí. No los espero. Una voz me habla al oído y sólo logra confundirme.





Ya no hay pánico cuando doy vuelta los ojos. Un túnel oscuro que desemboca en cualquier momento de mi vida que no tuvo sentido. Soy eso mismo que describo, te pido que me aceptes. No quisiera existir fuera de mi aliento. Cuando te acerques a mi piel, no desordenes nada. Cuando te acerques y apoyes tu cabeza contra cualquier pared vas a sentir el ruido que hacen las estaciones al arrastrarse. Ese es mi cuerpo, lo que nos abarca y nos ahoga. Somos una familia encerrada en un castillo, una dinastía signada por la tragedia.





Un viaje continuo hasta que cada punto de la tierra te sea familiar y repetitivo. Las quemaduras en la piel marcando los caminos secretos de cada pueblo, las vivencias de aquellos con los que te cruzaste. Pasaste hambre, fuiste devorado por la noche y naciste bajo el sol del desierto muchas veces. El cráneo de un animal te mira siempre. Pero el eclipse avanza. Tal vez así recuperes cierta pureza, cierto encanto primitivo, y recuerdes los segundos previos a despertarte sobre este planeta y sentirte impulsado a caminar como si fueras una fuerza más de la naturaleza. Pero los hombres nunca llegan a disolverse del todo, no logran mimetizarse por completo con su ambiente. Estás tirado al borde de la playa, con la espuma revolviéndose en tu boca y los párpados temblando. No lograste nada, apenas te estás muriendo.




El barco se mueve. Espero la muerte con poca curiosidad. Todos los momentos posteriores a uno solo ya son la muerte porque carecen de sentido. Aunque la guerra terminara, aunque volviese con vida, con todas mis facultades físicas y mentales intactas, aunque me encontrara con cada persona que he conocido y que ha pensado en mí durante este tiempo de guerra, igualmente eso sería la muerte. Seguiría muerto, y sentiría más pena por los demás que por mí. En cierto sentido ocupo un espacio más auténtico en el mundo que mi familia, que mis amigos. Les escribiría una carta ahora mismo para explicarles todo, pero el revólver está más cerca que las palabras.




Esta manera de mirar el sol a través de tus manos también es la vida. Sentir la presión del suelo bajo mis pies puede llegar a ser un milagro, si se lo mira bien. El viento trae olores lejanos, me incita a que cargue con el mundo a mis espaldas y lo lleve hacia el borde más próximo donde plegarse y volver a nacer. El sol se mueve siempre hacia el oeste, busca la muerte. No se trata de resignarse, sino de entender. Miro a los niños correr hacia los últimos rayos del día. Entiendo.




Movimientos migratorios. Los niños sueñan con planetas nuevos. Los sienten en la piel, esferas de colores girando en torno a una idea misteriosa. En el espacio nos volvemos inmunes a las ideas que no apuntan hacia el núcleo. Apunto hacia el núcleo: una piedra opaca. Mi entendimiento no puede determinar el sentido de todo. Hay algo a lo que llegar. Los niños son brújulas. Los niños sueñan que son planetas nuevos, y luego que son dioses, y luego que se van devorando entre todos hasta dejar al descubierto aquello que sea esencial, aunque no quede nadie para entenderlo. 




Siempre hay un regreso esencial. Un círculo de fuego trazándose bajo la piel, aumentando el dolor a medida que se acerca a sí mismo. Llegar a una conclusión nos deja impedidos para sentir esperanza, y amor. Los templos fueron hechos para derrumbarse, pero sobre sus ruinas no se construyen otros templos, se edifican memorias. 

lunes, 18 de noviembre de 2019

Lo que resta




Me hablaste de un libro. Al comienzo lo mencionaste apenas, una palabra breve pronunciada en medio de una tormenta. Luego fue la metástasis. Copiaste el libro entero, cada palabra fue escrita a partir de tu mano derecha. Escribiste en las paredes de tu casa, en baños públicos, en los cuerpos de otros. La ventana de mi cuarto también está rayada. Acerco la cabeza para ver cómo amanece, pero no sé leer otra cosa. El año pasado estuve enfermo, cada acción significaba una pérdida. Caminé muy temprano por una feria, la recorrí entera tres veces. Tu libro estaba en ese lugar, a la venta. La carne nueva representándote en la tierra, ya que te habías ido. Nada después de eso. Llego a mi casa. Creía saber la existencia de una sola copia en el mundo. Miro la tapa: colores vivos, pero de otra vida. No me importa. No estás sobre la mesa, no existe ningún milagro que te devuelva fuera de esta representación, de este silencio entre líneas. Ahora saco las llaves de mi bolsillo, ahora las aparto con los dedos hasta encontrar la más filosa. La piel olvidada es dura y fría como la de un reptil. Cierro los ojos. Dejo que las gotas oscuras caigan al suelo. Escritura automática. Ahora, cuando miro, sólo veo un charco deforme y pegajoso. No tengo nada para decirte. 

miércoles, 6 de noviembre de 2019

Todos los finales






Entré a tu casa tiempo después. Había enterrado las llaves en un campo al azar, a varios kilómetros de cualquier idea nuestra. Todo estaba invertido, gélido. Sobre la mesa apenas se distinguía tu mensaje: trece fotos en sepia. No las reconocí. Parecían formar parte de una secuencia tomada en apenas un par de segundos sobre la misma figura, y se iban volviendo cada vez más borrosas si se miraban de izquierda a derecha, hasta derivar en la última mancha vertiginosa, una especie de vómito verde y marrón acelerándose infinitamente. No sé si era de noche, pero cada objeto que enfocaba con la mirada me concedía unos pocos segundos de luminosidad fría y luego se apagaba, dejándome siempre con la sensación de estar parado en una habitación mucho más grande que tu comedor. Estabas muerta, eso era seguro. Contaba con una variedad enorme de ideas -casi figuras- donde la muerte te reducía a sobras sangrientas de ropa tirada al costado de una carretera, o donde alguien te robaba la cámara y con ella te machacaba el cráneo hasta formarte un nuevo orificio. Busqué la cámara para limpiarle la sangre, quise entrar a los cuartos pero las puertas estaban tapiadas. Habías muerto, sí, pero recién terminamos cuando, haciendo fuerza contra la pared con la llave entre los dedos, escribí que ésa era la suma de todos los finales, una conclusión lógica y previsible.

viernes, 13 de septiembre de 2019

Alud

La tormenta me muestra colores. Detrás están tus ojos, y detrás hay un país exótico al que nunca voy a viajar. No te deslices a través de mi silencio, no renueves las visiones que impregnan estas paredes. Necesito espacios limpios. Hay palabras que, sin nombrarlo, preceden al abismo. El agua es violenta. Hay una fuente en tus pensamientos, danzan figuras y nombres. Un conducto que termina en mí, siempre en mí, se ocupa de ahogarme tres veces por día. No camines por las paredes de mi estómago. El dolor es hondo, casi un círculo. Sé dónde encontrarte. A través de las nubes te voy encontrando: estás hecha de nubes. Caminaba por los jardines violetas y rojos donde tus amigos fueron árboles al borde del sendero. Hoy camino por una ciudad dormitorio. Dejo oculta entre un caño blanco y la pared una botella con algo de whisky. No pienso terminar ninguna botella. Los círculos no se cierran, las etapas no se terminan. Tus mensajes suelen ser viento, ráfagas que comunican algo importante tapado por todo lo que hay en el camino: maullidos de gatos, balas, alarmas de autos, música lejana. Voy a seguir caminando hasta que recuerde dónde dejé esa botella. No te entiendo, y nunca estuvimos tan cerca. En mi ciudad no cae nieve. Todos los elementos naturales te obedecen y, sin embargo, en el centro de la noche, me estás esperando. Te necesito. No guíes mis pasos. Me tiro whisky encima. Me anima la idea de un cuerpo en llamas saltando hacia el fondo de un aljibe, iluminando la pared de ladrillos a su paso. El sonido de un fósforo. Todas mis intenciones van a quedar sepultadas cuando aparezcas. No aplaudas. Estoy frío. Pienso. Soy ruinas pero pienso. El chasquido de tus labios formando una palabra es suficiente. Quedo cubierto por un alud.  

Impacto

Te pedí que abrieras con tus dientes un surco en mi cuerpo para que la sangre marcara un camino alternativo a la autopista. Nada más que eso puedo ofrecerle al mundo: un apocalipsis íntimo: muero bajo el cielo cargado de nubes: podrían pasar siglos hasta que encuentren mi cuerpo: mi cuerpo no será tierra fértil: edificaron ciudades encima del desierto: estoy tapado por capas de concreto.
O tal vez no muera y me vea obligado a devorar los ojos de cada conductor anónimo que se atreva a mirarme, y luego tenga que desviar la mirada de los tuyos por miedo a que me atrapen en medio del océano que reflejan sin descanso. Mi peor miedo es estar en el centro exacto de cualquier océano, y no recordar el sentido de las acciones. Uno de los dos tiene que ser la isla, el camposanto. Te dije que nuestra sangre sería el combustible primordial de todas las civilizaciones futuras; cerraste los ojos y sentí tu carne morder en mí todos los sueños frustrados de nuestra época. Cediste. Pasé mi lengua por el hueco que dejaban tus labios entreabiertos. La nueva lluvia. Nos cubrimos con el auto dado vuelta, el agua apagó las llamas un segundo antes de que todo explotara. Justo a tiempo, tu muerte.

lunes, 29 de julio de 2019

Recreo





La infancia se nos terminó en el medio de la infancia, un día de octubre muy húmedo en que no nos dejaron salir al recreo. Después todo siguió de forma normal, vinieron las siguientes edades y con ellas nuestros respectivos cambios de apariencia y comportamiento, las pautas a seguir cuando se tiene diez, once, doce, trece años. No sé si lo entendimos, probablemente no, porque de haber sido así ninguno podría haber seguido haciendo cosas, respirando; creo que en realidad supimos algo pero nunca ninguno de los cuatro lo dijo en voz alta, ni lo escribió en ningún cuaderno o ninguna pared. Tampoco conocíamos demasiado bien las palabras. Hoy diría que en ese momento alguien muy malo nos quiso corromper y para eso nos inyectó un líquido espeso y altamente tóxico que desde entonces no ha parado de recorrernos todo el cuerpo, imperceptiblemente pero sin pausa. Eso es lo que pienso ahora, cuando busco una explicación. Imágenes. La escuela sigue siendo muy grande y misteriosa en mis sueños. Los pasillos son túneles donde las sombras se esconden y aparecen cuando pido permiso para ir al baño y ya son casi las cinco de la tarde y en invierno a esa hora empieza a oscurecer. Los baños son fríos y blancos, parecen carnicerías. Pero el patio es lo que más me asusta, todo ese terreno que durante las horas en que no hay clases queda en silencio y a oscuras. ¿Qué pasa mientras tanto? Una vez entraron a robar de noche y se llevaron bancos de los salones, pero eso no me dio miedo. Lo que me asusta es la idea de que alguien habite la escuela y deje cosas escondidas, o se alimente de los papeles de alfajores que tiramos en los tachos de basura. ¿No estaremos creando un monstruo? Pero de algo estoy seguro: si ese monstruo quisiera comunicarse directamente con nosotros, usaría a Luisa como mensajera. Tal vez haya sido por eso que en esa tarde de octubre nos acercamos mientras ella no hacía nada más que pasarse la lengua por los labios y mirar para abajo como habitualmente hacía, y a la fuerza la encerramos en el salón auxiliar, ese pequeño compartimento con olor a productos químicos y humedad. Pienso ahora que debe haber sido por eso, en ese momento nos dio mucha gracia y hasta nos sentimos excitados ante la idea de que le fuera a faltar el aire durante los minutos en que no abriéramos el candado. Después la soltamos y cayó al piso. Esa tarde dijo que se sentía mal y llamaron a la casa para que la fueran a buscar antes de las cinco. Juro que al otro día el patio estaba mucho más limpio y hermoso que nunca, así que no entiendo por qué en sueños siempre me parece un lugar sombrío, ni tampoco entiendo por qué encuentro huellas de zapatos enormes sobre la tierra, ni por qué los sueños suelen ser mudos, ni por qué cuando me miro al espejo encuentro fragmentos de mi cara que parecen reflejar la piel de otro mucho más joven.
Me pregunto cuándo será el próximo punto de quiebre, y si estaré lo suficientemente lúcido como para percibirlo a tiempo, y si de percibirlo seré capaz de hacer algo. No, no le tengo miedo a los lugares oscuros, le tengo miedo al miedo.

domingo, 21 de julio de 2019

cenizas en claroscuro

rodeados por el fuego
vimos tus ojos caer 
como piedras tus ojos 
cenizas dentro de un reloj 

marcando la hora 

de nuestra muerte 


cuando las aguas caudalosas 
invierten su camino 
la vida colisiona 
en el medio del azul más oscuro 

y las nubes son grises 
y la lluvia es ácida 
y conocer el futuro 
no implica ningún beneficio

pero si te dijera 
que estás en condiciones de elegir 
la forma de tu muerte 
¿pedirías, entre lágrimas densas
el menor sufrimiento? 
¿o aceptarías la aventura 
del conocimiento extremo 
concentrado en un solo segundo 
previo a caer
en la boca de los leones? 

En camino

Es feriado. Nadie sale, todos duermen recostados sobre su propio dulzor tibio. O simplemente desaparecen, entran en un paréntesis de quietud e intrascendencia. El ómnibus avanza con lentitud, recogiendo y alimentándose de las pequeñas exhalaciones que desprenden los sueños. En cualquier momento podría frenar y eso no tendría nada de sorprendente, apenas se notaría la ausencia del motor zumbando en el aire, la monotonía del paisaje se detendría en algún punto cualquiera lleno de verde y marrón, una fotografía anodina del trayecto entre un punto y el siguiente. Pero el ómnibus no frena, sigue avanzando como si tuviera algo importante que decirle al tiempo, o al día, o a sí mismo. Las tres personas que ocupan otros asientos también parecen dormidas, podrían tratarse de decorado si creyera que todo lo que pasa me pasa a mí. Los rayos de sol a través del vidrio mugriento determinan la tarde, son señales de lo más concreto: la tarde, la claridad y lo conocido. Desde la ventana de mi casa puedo ver la forma en que oscurece, las sombras del rosal caen sobre el muro celeste, lo pintan de negro, y el muro es el primer horizonte; detrás aparece el gris denso del otro muro, el que me separa de mis vecinos; y más atrás el cielo azul oscuro parece el fondo de todo, la suma de todas las fuerzas que colisionan y forman la noche. Pero desde el ómnibus no veo tanto, apenas nubes y pasto mal cortado, y un camino que no termina nunca de desplegarse. Los feriados son como el momento previo a nacer, aunque nadie lo sepa. 

viernes, 19 de julio de 2019

Altillo





Conozco este barrio, siempre es de noche o domingo de tarde, sin nada que hacer. Las casas son extensiones de las calles, o al revés, por eso cuando salgo a caminar creo ver a mi padre recortado contra las sombras de todos los locales cerrados, y nunca me pregunto cómo hace la gente para ir de un lado a otro, prefiero pensar que nadie se movió nunca de su lugar inicial, que la vida se les va agotando mientras ellos se deslizan hacia el suelo con la espalda pegada a la pared y los párpados entrecerrados. En invierno todo es vapor y humo. Mi abuela fuma mucho, con el cigarro que se le termina aprovecha para prender el siguiente, hasta el infinito. Las bocas desprenden algo etéreo que nunca desaparece del todo, cambia su forma, pasa a ser un fantasma inútil o se queda impregnado al techo y compone figuras monstruosas de humedad y miedo. No hay árboles, hay columnas con luces tenues colgando de su parte superior. Las columnas brotan en cualquier momento y en cualquier parte, a veces atraviesan las casas desde sus cimientos, y todos tenemos que acostumbrarnos al nuevo obstáculo, y tenemos que acordarnos de decirles a los niños que no las toquen, que no las usen para jugar a la escondida porque no hay cementerios en este barrio y mucho menos para niños que mueren electrocutados.
Una vez por año alguien organiza una fiesta. Creo que nunca es en el mismo lugar, pero podría serlo, bien podría tratarse de mi cuarto o del patio de la escuela o del terreno baldío lleno de ratas y papeles. No sé, no lo pregunto ni me acuerdo quién me avisa o cómo hago para llegar al momento en que todos bailan con una tela negra en la cabeza y yo los miro con un vaso en la mano desde lo alto de una escalera de madera que cruje aunque no haga ningún movimiento y me pregunto de dónde sale la música si vendimos todos los electrodomésticos para comprar plantas carnívoras que nos cuidaran de los insectos que dormían en nuestras almohadas y nos chupaban la energía y por qué pienso que es música cuando claramente parece que lo que les hace mover las extremidades de esa forma tan rara lo que verdaderamente los excita es un llanto que rodea la casa un llanto anacrónico como si alguien llorara por la guerra y por los sueños interrumpidos parece que alguien llorara mirando una foto antigua y arrugada esto parece la banda sonora de todas las zonas industrializadas en el siglo pasado y abandonadas ahora no sé qué hora es ni en qué época estamos pensando que la fiesta termina y el crujido de los escalones no se corresponde con nada estoy bajando estoy dispuesto a demoler toda la zona con las manos.

martes, 16 de julio de 2019

Tengo estática y no querría lastimarte de nuevo





conozco el origen de cada tormenta
se producen luego de tres segundos
sin que nadie diga nada
se acumulan en la punta de cada dedo
que esté dispuesto a dibujar el aire
con estática
las palabras nunca fueron tan hermosas
como el roce convulso de mis labios
luchando por moverse.

Fuera de estación





Días idénticos alimentándome a base de pan y café con leche. Días enteros sin hablar con nadie. La sensación del otoño es similar a la sensación de navidad, o a la sensación de primavera; parece que cada época del año elige una porción de la misma tristeza y se la reparten. Caminar por los cuartos, mover un poco los muebles o pararse en diferentes rincones intentando ver qué hay detrás. Sé que no logro ver cómo es mi casa en realidad, aunque no confíe en que detrás se esconda algo demasiado interesante. Tengo una ruta mental, a través de ella me muevo y voy dejando retazos de pensamientos, ideas sin concluir. Hace semanas estoy por ponerme a escribir, hace semanas estoy por lavar la ropa, hace semanas estoy por pensar. Tampoco confío en los espacios ajenos, no me imagino qué podría hacer alguien con lo que yo descarté. Miento y tengo miedo. Y miento. Y camino por los cuartos mirando para abajo. Entonces necesitaría expandir mis espacios, pero cuando el vértigo aparece lo único que puedo hacer es caer de espaldas hacia atrás. Pero todavía tengo recursos, cosas guardadas; inspecciono los muebles, rasco las paredes, me alimento como puedo. Escucho discos mientras me baño, el otoño susurra como una niña autista. No entiendo lo que dice, pero me hiere. Me comunico mejor con lo que sugiere la distorsión de una guitarra eléctrica grabada hace treinta años en otro país. El año se acelera, entra mucho frío por todos lados. Voy a tener que juntar las últimas migas, las últimas gotas, los últimos acordes, la última idea completa, agarrarlo todo bajo el brazo y venirme a vivir definitivamente al comedor.

Desaparecería





el diablo duerme cuando los espejos rotos caen sobre la arena blanda de la playa y la espuma los tapa para distorsionar los sueños de las mujeres que visten de negro en un día donde las casas están tapiadas y todos los que no tienen nada para decirse se encuentran de frente a medida que los colores aumentan su intensidad más y más hasta que los objetos desaparecen y nada parece hablar sobre lo que había antes de que alguien pensara el final como si ese tipo de pensamientos tuvieran la capacidad de adaptarse a la medida más cómoda y alcanzable para el entendimiento cuando en realidad los colores no se pueden pensar no se pueden nombrar nada que haya estado consumiéndose por fuera de los bordes de un círculo que gira imperceptiblemente pero siempre lejos puede pensarse nunca como si las arañas brotaran de mis ojos y mis ojos fueran míos y las costas lejanas de los sentimientos ajenos se acercaran para satisfacer la demanda de mis deseos bajo la noche que se derrite aplastada por un cielo que arde lento como el dolor y como la idea de que algo nos falta y no va a volver y nunca vamos a saber qué es.

La profundidad del océano





demasiado tiempo siendo de noche yo te hice una pregunta sobre las botellas que giran por qué hacen ese ruido contra el suelo de quién es el ruido si de las botellas o del suelo, nada dijiste en ese momento porque tu costumbre suele ser la de guardar las respuestas para otros contextos como la puerta sonando, vos no te levanstaste yo tampoco entonces había más gente alrededor de la estufa eléctrica apagada creo que alguien abrió con violencia, está muerto dijo el tipo demasiado flaco demasiado rubio demasiado ojeroso que dejaron pasar y apenas entró quiso irse porque no tenía nada más para decir, pero si no dio más datos cómo es que hasta ahora tengo el sabor a vómito que me produjo la imagen de verlo flotando en el agua boca abajo contra las rocas del Buceo y por qué justo esas rocas si no vivía por esa zona, pero creo que nadie tenía nada para decir en realidad creo que en ese momento vos respondiste algo que te habían preguntado cuando eras niña eso de que no se sabe la verdadera profundidad del océano, en realidad no sé cuál era la pregunta adecuada si preguntar cómo o por qué o en qué momento tuvo la necesidad de hundirse para que el agua no dejase más espacio a otras cosas como el dolor de haber nacido o la nostalgia de los momentos quietos en la memoria, creo haberte dicho alguna vez que ninguna zona de esta ciudad me gusta realmente, creo haberte dicho que todo me da asco algunas cosas antes otras después pero por qué lo veo flotando con las ropas desgarradas en una noche de tormenta si cuando el tipo demasiado rubio demasiado flaco demasiado ojeroso cruzó el umbral de la puerta no llovía ni había viento, aunque no creo poder saberlo si en verdad estuvimos metidos en esa casa durante una etapa completa de nuestra vida, cuánto es eso, no sé tal vez mucho tiempo y quiénes eran las otras personas no creo tener la capacidad suficiente como para pensar en gente que no existe, alguna vez viste un fantasma flotando sobre el agua, porque los barcos fantasmas existen eso está claro entonces la cuestión es saber si se murió antes o después de caerse al agua y chocarse la cabeza contra las rocas del Buceo si es que llegó a ese lugar porque también podría estar colgado en el altillo de la casa de su abuela o bañado en vómito en el cuarto de alguien que no conoce, pero lo que pregunto es si ahora puede ser un fantasma del agua o lo vamos a encontrar por la ciudad, nada dijiste de nuevo dejaste caer las botellas la muerte no es un asunto que te resulte interesante si la pregunta que te hicieron todavía no tiene una respuesta, entonces espero no verte por mucho tiempo y que le expliques a alguien que no conozco tu impresión sobre ésto que te acabo de preguntar, y espero que un día me cruce con esa persona y me mire a los ojos y yo sonría al estar seguro de algo.

lunes, 3 de junio de 2019

Semilas de granada

Entre mis libros 
yo miro tus libros 
apilados en un lugar 
diferente. 

Un día,
quisiera
despertar y verlos 
mezclados con el resto
y limpiarlos 
como si te estuviera cuidando
contra el paso del tiempo. 

Por ahora, en cambio 
paso las páginas 
para seguir el trayecto  
de lo que ya leíste 
como si pudiera rastrear 
tus pensamientos. 

Y porque no es posible
escapar de los mundos 
donde se ha probado algo 
tus libros me señalan 
el camino de regreso.  

martes, 23 de abril de 2019

Múltiplo






Es difícil vivir con la visión restringida. Los espejos nunca dejaron de rodearme. La multiplicidad tiene sentido cuando no soy el único que se puede repetir. No sé si me reflejo todo el tiempo desde todos los ángulos. Los espejos no se apagan. Me duelen los párpados. La quietud congela las imágenes pero no las borra. Soy el único que habla para nadie. Me siento solo. Los espejos me envejecen de golpe. Tengo cosas que decir. No recuerdo nada más que mis ojos abiertos. Los segundos apenas se quedan conmigo. La densidad del tiempo no me es suficiente para conservar imágenes. Todos los días digo lo mismo. Confío en que haya un día luego de éste día. Quiero creer en los días anteriores. Necesito una religión. Los espejos son asépticos. No duermo. Los espejos me obligan a conocerme. Tengo arrugas milimétricas. Tengo lunares. Tengo gestos. El cuerpo es una rutina. Mirarse es juzgarse. Detrás de los ojos tengo un escondite. No puedo dejar de mirarme. Detrás de los espejos tiene que haber alguien. Detrás de los espejos tiene que haber un espacio enorme donde todo sea opaco. Detrás de los espejos imagino cuerpos cayendo hacia el vacío. Tengo ojos en la nuca. La paranoia trabaja como una máquina. Soy un parásito dentro de mi cuerpo. Mi cuerpo está frío. Soy alimento de todo lo que reflejo. No espero nada que salga de mí.

miércoles, 13 de febrero de 2019

Pasos silenciosos

La mansión es blanca y funciona como manicomio desde hace un número indefinido de siglos. Desde el siglo pasado es un manicomio exclusivamente de mujeres, ya que algunas no podían soportar los gemidos nocturnos de los leones, así que los hicieron desaparecer. Las mujeres son muchas y muy hermosas. Son jóvenes, tienen la piel suave y la mirada siempre perdida, como drogadas. Suelen estar sentadas durante horas en el pasto, y un momento sublime del día se da cuando todas dirigen sus ojos distraídos hacia la misma dirección, no importa en qué lugar de la casa estén, miran todas hacia ese lugar durante unos segundos -generalmente hacia el sur, allí donde una reja separa el predio de la mansión del camino asfaltado que conduce al bosque-. Cuando esto sucede, un resplandor tenue se eleva por encima de los árboles, un fuego fatuo que brilla con igual fuerza a cualquier hora del día.
Las mujeres no tienen un nombre fijo, establecieron una lista de nombres que sonaran suaves, como Laura, Elena, Eleonora, Penélope, Lidia, y empezaron a turnarse cada una semana para usarlos. Cuando les toca Lidia, cualquiera de ellas se vuelve la mujer más triste y perdida del mundo. La depresión del nombre es riesgosa, puede llegar a puntos de enfermedad mental poco tolerables para la institución. Para esos casos tenemos un método bastante efectivo: despertamos a Lidia de madrugada, le atamos los ojos con una venda, la conducimos por el camino asfaltado hasta el bosque y allí la dejamos, entre los árboles, a la espera de que alguno de los leones aparezca. El instinto de supervivencia suele funcionar -la vejez del animal también ayuda-, y por lo general cuando volvemos al bosque a la mañana, Lidia está sentada encima de la bestia muerta. Para ella es terapéutico, y la piel de león se transforma en alfombras sobre las cuales caminan pies desnudos de mujeres tristes. Pies suaves y delicados. Pasos silenciosos de mujeres hermosas. 

miércoles, 6 de febrero de 2019

Incendios en cadena









Están de vacaciones. Es de noche, salieron a caminar por la rambla que también es la avenida principal. El niño siente un profundo terror ante la idea de meterse en el agua de la playa, esa agua oscura como petróleo. Teme a la inmensidad, a los elementos inabarcables; a veces transpira cuando por televisión pasan imágenes del mar abierto, o del espacio exterior o de la estatua de la libertad desde cerca. Recuerda la vez en que, nadando en la piscina abierta del club de su barrio, sintió un pánico repentino al darse cuenta de que era el único de los niños que no había salido todavía del agua. Recuerda los rayos de sol filtrándose por debajo del agua. Atardecía. Quizás por eso sintió la imperiosa necesidad de salir rápido de la piscina, para salvarse del agua oscura.
La madre le habla, le propone seguir caminando, ir a otros lugares. Le pregunta cosas sobre la carpa, las carpas que hay en el camping, la gente que las ocupa, los árboles. La mañana del día anterior el niño se había despertado con un regalo de parte de su madre: una camiseta de fútbol. Hacía mucho calor, fueron a la playa durante un par de horas. Después caminaron hacia los márgenes de la ciudad, en dirección a uno de los cerros que la rodean. Subieron el cerro caminando, por el camino pavimentado que habitualmente recorren los autos. LLegaron hasta la fuente de agua y la estatua del animal, ahí donde la mayoría de la gente quiere llegar para sacarse fotos y tomar agua. El niño vio una lagartija totalmente quieta sobre uno de los escalones que subían hasta la fuente. Transpiró. Al otro día, cuando despertó y salió de la carpa se encontró con un espectáculo atípico en el cielo: tres o cuatro helicópteros iban y venían por el mismo camino y sin detenerse. El sonido de las hélices era lejano pero constante. Cuando llegaron a la rambla el niño pudo ver bien cómo los helicópteros descendían hasta el agua -no muy lejos de la playa-, cargaban unos recipientes de hierro y volaban hasta el cerro para intentar apagar el incendio. El cerro estaba prendido fuego, y el niño pensó que el fuego tendría que haberse originado sí o sí en el lugar mismo de la fuente, y que la estatua del animal estaría a punto de destruirse, y que las lagartijas estarían todas muertas.
Se detienen sobre la baranda que separa la rambla de la playa. La gente habla y camina en todas las direcciones. El niño mira la costa extenderse hacia el sur. Aunque no logre calcular bien, puede pensar en la distancia entre un lugar y otro no por las luces eléctricas de los balnearios linderos, sino por el rojo de las llamas que brillan en medio de la noche. El niño piensa en una serie de personas prendiendo bengalas en distintos puntos de un mismo camino, para guiarse. La madre le habla de la cadena de incendios que se desató con el primero, el incendio del cerro. Pero no son personas, son aglomeraciones de pasto, árboles y casas ardiento al unísono. Le habla de la suerte que tuvieron de visitarlo justo el día anterior. El fuego marca un camino. Hay algo morboso en la manera en que atraviesa la noche, sin disminuir su intensidad, extendiéndose lentamente. El niño piensa que sí, que tuvieron suerte y que le gustaría haber tenido algo que ver con el origen del fuego, pero los elementos naturales no se originaron en sus manos, ni los controla. Piensa en hacer la prueba el próximo verano, subir a otro de los cerros y esperar a que se inciende al día siguiente. La madre le dice que es tarde. Vuelven. 

martes, 29 de enero de 2019

Saliva






Me despierto de madrugada. Siento la sábana arrugada y húmeda debajo de las piernas, el ventilador moviéndose sigiloso entre la oscuridad. Veo mi cuerpo tendido, fragmentos de piel brillando en las penumbras a causa del sudor. Muevo un poco los pies contracturados, hago sonar sus huesos. Entonces recuerdo: acabo de soñar con la misma mujer por tercera vez en dos semanas. Respiro agitado y pienso en prender la luz, pero me gusta lo que veo -y lo que no-; los objetos de mi cuarto se presentan agradables en esta quietud nocturna. Trato de no pensar en el sueño, de perder las imágenes, porque sé que si no lo consigo rápido al otro día las voy a llevar impregnadas en la piel, disolviéndose con mi sudor y aumentando su efecto a medida que pasan las horas. Pero mi cuerpo está repleto de llagas invisibles que activan sus mecanismos con apenas un roce, y cuando muevo la cabeza para volver a dormirme la humedad viscosa de mi saliva sobre la funda de la almohada me devuelve a la sensación húmeda del sueño. Una mujer llegada de ninguna parte, su cara frente a mi cara. Es la expresión que podría tener pero que no le conozco, la que quizás tenga en momentos similares que me son inaccesibles. Espero en la misma posición durante una sola noche que se extiende a través del verano. La veo aparecer, pronuncia unas pocas palabras. Está casi desnuda y su cuerpo me hace perder la noción del mío: no soy de ninguna manera durante esa secuencia, no cuento con proporciones ni medidas, existo en base a una función. Intento dormirme. Empieza a llover y ya sé de qué color van a ser mis pensamientos al otro día cuando me levante y tenga que bañarme y tenga que vestirme y tenga que salir. La beso, torpemente, y veo el rojo de su lengua, como si a cada movimiento de la lengua se abrieran un par de ojos en el espacio que forman las dos bocas. El sueño siempre repele la culminación: se hace abrupto cuando mi mano baja. No va a venir hoy, no me conoce ni sabe que estuve ahogándome en mis propios fluidos. Casi amanece. El cuerpo está seco. Mi mano baja, otra vez, curtida en la soledad.

viernes, 25 de enero de 2019

sopa

un sueño rojo:
tu sangre hirviendo
en un caldero de hierro
voy a poblar cada una 
de tus células voy a esperarte
debajo de tu piel
hasta que salgas
para decirte
que me regales tus facciones
para que nadie pueda
reconocerte nunca voy a mirar
desde atrás de la tapa
de tus sesos calientes
para que sepas
que te conozco
yo te conozco
me bañé con tu sangre
en una piscina negra
yo adquirí todos tus derechos
una vez
no sé si te acordarás
yo me tragué tu aliento
bocanada de fuego
pero también tengo
el virus que te afecta
guardado en una caja
y en la otra tengo
el antídoto
yo te miro
masticando el dolor
debajo de la lengua
yo te miro y
no hago nada.

martes, 15 de enero de 2019

Fuego en retroceso





Insomnio de nuevo. El cigarro quedó prendido en la oscuridad del cuarto. Mi mente cuando no duermo es un pucho que se apaga despacio, neuronas en retroceso. No, no hay nada de que preocuparse. La noche termina siempre a tiempo. La noche termina siempre. La noche termina conmigo acostado, invariablemente, aunque no duerma. Soy una pieza desconocida y necesaria de la enfermedad nocturna. Soy imprescindible para la felicidad ajena: no me conocen, pero me consumen. Lo que está y no se usa queda en manos de un dios desconocido que goza con el sometimiento de los no creyentes. Nadie tomaría en serio a un dios que no se deja conocer, como si tuviera la cara deforme y sintiera verguenza de su condición anómala. Nadie piensa dos veces antes de dormir, el que decide pierde. La muerte no es sueño, es más silenciosa. No estoy llorando, es el fuego que me dibuja cosas en la cara cuando me duermo. Fuego en retroceso. La palabra muerte en un dialecto íntimo. Igual no hay nada cuando me miro al espejo. No hay nada como mirarse y no verse, no hay nada.

Cirrosis





Eras un pendejo y creíste en el alcohol como el medio más infalible para acelerar tu madurez. Querías ser grande, no un adulto socialmente aceptable, sino alguien con experiencia, con heridas, con nostalgias. Creíste de un modo abstracto que la petaca más barata que encontraras iba a marcarte las arrugas de la frente, o iba a acelerar el crecimiento espeso de la barba; confiaste en el wiski para llegar a ser en menos de una hora aquel que no ibas a ser nunca, -ni siquiera quince o veinte años después, ya gordo, vencido, con un par de intentos de suicidio arriba y varios cientos de litros y gramos en el organismo-, aquel que tampoco habían podido ser ni tu padre ni tu abuelo, a quien ni siquiera habías conocido pero lo sabías la misma clase de perdedor que vos. Quisiste sin saberlo barrer la sangre débil que te habían heredado, la condena del mediocre, pero el alcohol ya se había mezclado con la sangre varias generaciones atrás y nada había cambiado. La trampa de la tolerancia.
Estabas solo. Durante una hora flotaste por tu casa, de a ratos exagerando la falta de control de tu cuerpo, de a ratos asustado con la idea de vomitar. No saliste de tu casa y sí vomitaste al final, cuando ya bajabas y te acordaste de la botella de vino que tu madre tenía guardada y que te tomaste del pico para quedar como un salado frente a los fantasmas de idealizaciones que nunca se iban a materializar: no iban a venir esos rockeros duros a saludarte, no iban a chuparte la pija en el baño de un bar las minas de pelo negro y labios pintados de rojo que te gustaban.
También lloraste por tu primera novia, y fue cuatro o cinco años después de la primera petaca pero estabas en el mismo lugar, en el mismo estado. No vomitaste. Te pusiste a hablar en voz alta porque también tenías la casa sola y como siempre no ibas a salir. Dijiste estupideces con aire de profundidad melancólica. Un idiota queriendo parecer interesante en medio de la miseria sólo porque habías leído un par de libros de Henry Miller o algo por el estilo.
La vida te pasó por encima y no necesitó de tanto tiempo ni de tantas vueltas para hacerlo. No fuiste un héroe muerto en combate, no te desangraste por interponerte en el camino de una flecha que iba dirigida a otra persona, no te mataron por ser un grano incómodo en ningún sistema.
Amanecés muerto aunque tu cuerpo late. Ahora sí sentís dolor, no el de la resaca o el del corte que te hiciste en el brazo; éste es el dolor de la acumulación de polvo que trae los años, el que imaginabas de chico. Apoyás los pies descalzos en el suelo frío. Éste es el dolor. Te pasás las manos por la cara. Éste es el dolor. Vomitás. Éste es el dolor, y no tiene nada de romántico.

Poema vomitado por el perro que duerme en la puerta del hotel






una vez te dije
los hoteles son casas
desnutridas

durante tres horas 
caminé respirando cada
centímetro cúbico del cuarto
esquivando el cable del teléfono
como una sombra
subiendo y bajando
con la fuerza de mis piernas
las camas de una plaza
bajando las persianas
hasta que sonaran como huesos


una vez dijiste
de madrugada no me llames
no soy yo quien contesta

y tuve que
inventar nuevas rutas
aprovechar los espacios
aéreos terrestres
tuve que
caminar por las paredes
haciendo tiempo
hasta que pudieras
recibir mis llamadas

desde hace tiempo que
ocupo este cuarto
y me valgo de todo
para seguir de rehén

desde hace tiempo que
me valgo de todo
para evitar los peligros:
tengo una escopeta
una navaja
y unos trucos de magia negra

hace tres días no te llamo.
entré a bañarme a las siete de la mañana
y la luz en las paredes me hizo pensar
si no habrá forma de conectar
tu habitación con la mía
tu sonambulismo con mi insomnio

no, me dije, si de hecho vivimos
en horas diferentes.


(you caress yourself
and grind my soft cold bones below
your map of desire
burned in your flesh)

no

no, mañana no me verán
en los sitios conocidos
en los sitios habitables
donde la vida se contiene
cuando amanezca
estaré lejos
y habré olvidado
será la última victoria
porque si acepto el olvido
acepto la muerte.