miércoles, 6 de noviembre de 2019

Todos los finales






Entré a tu casa tiempo después. Había enterrado las llaves en un campo al azar, a varios kilómetros de cualquier idea nuestra. Todo estaba invertido, gélido. Sobre la mesa apenas se distinguía tu mensaje: trece fotos en sepia. No las reconocí. Parecían formar parte de una secuencia tomada en apenas un par de segundos sobre la misma figura, y se iban volviendo cada vez más borrosas si se miraban de izquierda a derecha, hasta derivar en la última mancha vertiginosa, una especie de vómito verde y marrón acelerándose infinitamente. No sé si era de noche, pero cada objeto que enfocaba con la mirada me concedía unos pocos segundos de luminosidad fría y luego se apagaba, dejándome siempre con la sensación de estar parado en una habitación mucho más grande que tu comedor. Estabas muerta, eso era seguro. Contaba con una variedad enorme de ideas -casi figuras- donde la muerte te reducía a sobras sangrientas de ropa tirada al costado de una carretera, o donde alguien te robaba la cámara y con ella te machacaba el cráneo hasta formarte un nuevo orificio. Busqué la cámara para limpiarle la sangre, quise entrar a los cuartos pero las puertas estaban tapiadas. Habías muerto, sí, pero recién terminamos cuando, haciendo fuerza contra la pared con la llave entre los dedos, escribí que ésa era la suma de todos los finales, una conclusión lógica y previsible.

No hay comentarios:

Publicar un comentario