jueves, 19 de noviembre de 2015

Un cadáver. La incomunicación.

Afuera está lloviendo y no me es posible calcular la cantidad de caracoles que morirán aplastados sin que yo me entere. Escucho algún auto, alguien tose y su garganta se aleja por el pasillo. A pocos metros de donde estoy, un gato intenta vomitar y no lo consigue. Hace horas tengo una mano revolviendo la barba que me dejé crecer un par de días atrás, aunque si me esfuerzo un poco puedo tocar pelos provenientes de barbas más antiguas que me pinchan en señal de rechazo. No me reconocen, lo entiendo.
Mis rodillas siempre pasan desapercibidas, ya es hora de que haga algo con ellas. Hice algo y sangran, me pregunto si la libertad siempre tiene que ser así de dolorosa.
Me veo obligado a prestarle atención al cadáver que tengo a mis pies. Tiene nombre, le gusta el piso de baldosas y reclama mi atención. Cualquiera quiere atención después de estar días ahí tirado, un tema de modales. Cómo me gustaría que lloviera más fuerte para que no pudiera escucharme la voz. El problema es que se sabe casi todos mis trucos, ni siquiera los movimientos de boca la engañan; es inteligente, por algo le permito quedarse conmigo un día de lluvia. A mí la lluvia me gusta escucharla solo, el ruido que hace la gente -o los muertos- cuando escuchan me parece espantoso. En cambio yo no me considero gente, me veo como una extensión de los lugares por los que pasé alguna vez. Sin ir más lejos, hace un par de noches sentí olor a baño de terminal; caminé por acá para ver si en una de esas identificaba algún espejo de baño, no encontré nada. Me senté, casi tropiezo con el cadáver que todavía estaba un poco reacia a mi compañía, y entonces comprendí que de los brazos me brotaba un aroma espantoso, esa mezcla de orín común que proviene de cualquier baño público, y desde ese momento no paro de encontrarme arena de playa brasilera en el ombligo, o en la espalda pedazos de pared roja de un hotel lleno de cucarachas en el que estuve. 
La lluvia paró y creo que es menester que nos comuniquemos. Ella lo sabe, lo sospecha desde que ayer entendió que es inútil buscarse sangre. Ya no la hay. Lo que sí queda es esta incomunicación. No es que nos llevemos mal pero a mí se me hace cada vez mas difícil tocarla, me muevo poco para no tener que cruzarme con sus piernas de muerte. Juntar coraje es ridículo, el coraje tiene que estar siempre ahí, como algo inherente a todos; entonces digamos que junté aire y puse una expresión de confianza y valentía. Me paré con lentitud y rodeé su cuerpo que se iba transformando en el centro de la habitación, de la lluvia que ya no caía y de todos los caracoles muertos. Ensayé de espaldas durante un rato para que ella no advirtiera mi inseguridad, las mujeres muertas perciben todo más claro. Me agaché para que la situación contara con mayor intimidad, no resultó. Te encuentro fría, le dije. No quiso mover la cara ni para mostrarme una mueca de asco, no quedaba nada entre los dos. No entenderla me iba consumiendo gradualmente, me llevaba a tomar decisiones desesperadas, ineficaces. Me senté y la miré con gravedad, ella lo supo pero se resignó a esperar una palabra, un gesto oportuno que no iba a llegar. 
Volvió a llover. Me quedé con las piernas cruzadas, escuchando un saxofón que estaría sonando hace horas. Ahora sí que no había nada entre los dos, ahora sí que miraba un cadáver. 

Cosas que pasan.

Me enojé bastante al no poder pegarle bien a la pelotita blanca que tampoco ayudaba mucho al no picar lo suficiente. Cuando mi frustración llegaba a su punto más alto, se me ocurrió mirar a la paleta y vi que era especialmente incómoda para jugar, entonces me alivié porque yo siempre anduve bastante bien para el ping pong, aunque aparentemente el gordo de remera azul no estaba tan seguro de eso y se reía. Tenía una panza gigante pero ni su cuerpo ni su cara parecían ser de gordo; daba la sensación de estar hinchado. Pero por sobre todas las cosas su imagen me resultaba desagradable, posiblemente a causa de su remera azul que le marcaba el contorno de la panza, o por tener el pelo corto y teñido de rubio, clara señal de un estilo cumbiero-optimista-ganador de la vida que yo tanto desprecio. Además el gordo sacaba mal, me tiraba la pelota de un modo extraño que no llegué a comprender pero que no me daba opción para pegarle nunca, y yo me frustraba y él se reía. No quería terminar pidiéndole por favor, sólo deseaba que sacara bien de una vez por todas para jugar un partido de ping pong como se debe. El gordo se reía y se reía, así que pienso que fue una salvación el hecho de que llegaran unas seis o siete mujeres a vendernos libros. El gordo no pudo menos que mirarlas indiscriminadamente. Más allá de que todas ellas -aunque no sé cuántas eran ni pude identificarlas una por una- tenían poca ropa y estaban bastante buenas, yo no sentí nada erótico o sexual, fue más bien la atracción natural que una mujer puede generar en un hombre, una mujer cualquiera que pasa por delante de un hombre y lo obliga a que la mire y la considere por unos segundos. Para mí fue eso, un grupo de mujeres desconocidas que vendían libros y que yo no podía ignorar simplemente porque eran mujeres. Recuerdo mirar hacia atrás y distinguir -o intuir- a ciertos familiares. Quizá mi abuelo, quizá mi primo, gente así. Me hacían señas y me gritaban cosas referidas a las mujeres que ahora me miraban y que me obligaban a que yo las mirara y me preguntara qué edad tendrían, tema confuso porque de lejos algunas parecían pasar los cuarenta y a medida que se acercaban iban variando su belleza; a veces más viejas, a veces más jóvenes. Una de ellas, estoy casi seguro que era de piel negra, me preguntó qué libros me gustaban. Le dije que me gustaban muchos libros pero que no tenía plata, esperando que me ofrecieran algún tipo de arreglo que supongo percibieron pero que no se interesaron en llevar a cabo. Mencionaron algo sobre el negocio, les pregunté un poco asombrado si todas vendían libros, me dijeron que sí y sonrieron. No sé si el gordo de remera azul seguía allí. Las mujeres se fueron o yo me fui. 

martes, 27 de octubre de 2015

Milanesas de soja y otros depredadores.

Dos lobos fueron encerrados en una jaula de máxima seguridad y en el medio de la misma se colocó una milanesa de soja. Todos esperaban que los animales se destrozaran mutuamente en procura del alimento, pero no fue así. En cambio, ambos mamíferos optaron por retirarse lentamente cada uno a un rincón del cuadrado que oficiaba de jaula. Ninguno de los dos quiso atacar para dejarle campo libre a su par. Ambos preferían morir de hambre antes que deglutir el alimento. Los lobos parecían intimidados, la milanesa no. Pasaron horas y los lobos se durmieron. La milanesa conservaba su impecabilidad. Pasaron años y los lobos murieron. La pseudo milanesa permanecía imperturbable. Recién cuando los lobos comenzaron a descomponerse, la milanesa cambió de postura, se arrastró un par de metros y comenzó a devorarse a los lobos. 

jueves, 10 de septiembre de 2015

Menos que yo.

Hoy tu pelo enmarañado
devuelve mi saludo
se balancea cubriendo el espacio
el hueco que adrede yo dejé.
Mis ganas de vos se agitan y yo miro al suelo
hago chocar el brillo cobarde de mis ojos con algo
cualquier pequeña partícula de polvo
un detalle de la cotidianidad
algo así como la confirmación de que estoy solo.
Otro día te busco en un pasillo de azules inamovibles
te encuentro en el desprecio obvio que me brindás
juego siempre del lado de la negativa
te persigo desde el recuerdo hasta la lógica de no hablarte.
Vuelvo a ser el motivo por el que un día te mentí
en un retrógrado juego de dulzuras
mostrando poco, con ansiedad.
Quedo en la sombra, amenazando tus opciones
desplazándome lentamente hacia mí
ahora soy menos que yo.

martes, 25 de agosto de 2015

¿L. estará bien?

-Domingo 03:43: El reflejo del monitor muestra un cuerpo moviéndose en la oscuridad. El cuerpo, apenas distinguible, se recuesta sobre una cama. El cuerpo permanece quieto.
-Domingo 03:49: El reflejo del monitor se ve interrumpido por un leve movimiento en el sector izquierdo de la habitación. Rápidamente el movimiento reaparece, pero esta vez en sentido contrario, es decir, vuelve al lugar de donde partió.
-Domingo 04:01: El monitor refleja otra luz proveniente de otra parte de la casa. La luz interrumpe tímidamente en la habitación y de este modo el cuerpo recostado en la cama es ahora apenas visible, una porción de cabeza y tal vez un hombro se pueden observar.
-Domingo 4:03: La luz invasiva desapareció; sin embargo, radicalmente el monitor debe reflejar un rostro en su totalidad: ojos algo chicos, ojeras notables, expresión divertida y un mechón de pelo que cae sobre la frente.
-Domingo 4:12: El monitor ya no refleja nada, está apagado.

Si trato de recordar detalle a detalle se me hace imposible, desde que salimos por la puerta esa mañana, para mí todo es como una gran masa negra que no se puede separar por partes, una homogénea noche. Ya que aludí a la mañana, me parece bueno continuar diciendo que al salir a la calle, la luz del sol, penetrante, tenaz, me generó un inmenso placer. Caminamos unos pasos por la vereda y ambos sonreímos, la satisfacción pobló nuestros rostros ante el milagro de la claridad, un respiro inmenso elevándose sobre todo lo anterior, sobre lo innombrable de la noche. Después de la primer cuadra nos habíamos adaptado al clima y al ambiente, fluíamos a través de las calles, nos dejábamos llevar así como nos habíamos dejado llevar hace aproximadamente unas seis horas, aunque éramos uno más. Y claro que dos personas caminando no es igual a tres personas caminando, la responsabilidad de decir algo interesante se divide en tres y todo parece más sencillo. Dos calles más allá todo era oscuridad, la boca de algún monstruo gigante esperando algo, un vehículo, cualquier cosa que se atreviera a pasar por ahí para devorarlo instantáneamente; nos reímos de eso y la noche continuó su transcurso paso a paso como debía ser: primero el cantero con sus plantas, luego el camino largo hasta la puerta y por fin la casa, el living, la televisión prendida cumpliendo su función de estar ahí, ocupando un espacio. Todo era perfecto.
Volvimos a sentir miedo recién cuando, sentados en el banco de hormigón de la plaza, dos mujeres con grandes ojeras vinieron a preguntarnos la hora. El sentirnos otra vez parte del mundo, sabernos en contacto con otras personas nos trajo recuerdos recientes, detalles que lentamente comenzaban a encajar uno por uno. De todos modos pudimos disipar cualquier nerviosismo con el simple acto de levantarnos y caminar por la calle nuevamente, el sol nos lamía por completo y durante ese día todo permaneció normal.

 Es extremadamente clara en mi mente la imagen de M. y yo riéndonos a carcajadas en la cocina, tratando inútilmente de taparnos la boca para que L. no se despertara. Ida y vuelta por el pasillo decenas de veces. De repente, la genial idea de poner música a todo volumen, pero no, no me quiero adelantar, antes había sido el tirarle almohadas, aplaudirle cerca de los oídos, hasta que M. le puso una escoba al lado de la cara para que cuando se moviera el polvo lo hiciera estornudar. Raramente L. no se movió, está muy dormido, dije yo, y volvimos a reír. El tiempo era uno, sin segundos ni minutos, recién ahora puedo distinguirlo, lo divido como corresponde, pero en el momento no, todo parecía como una piscina quieta, sin variantes. La marihuana estaba en nuestro organismo y la risa también. Carcajadas exageradamente prolongadas nos hacían doler los abdominales, pero no queríamos parar y volvíamos a la cocina para planear los siguientes movimientos, hablando bajo por si L. llegaba a despertar.
 Recuerdo los segundos antes de que aparecieran las mujeres a preguntarnos la hora, y tengo la certeza de verme con la cabeza gacha, mirando fijamente las piedras del suelo y recordando lo que ahora quiero contar, lo que sigue y lo que tal vez sea fundamental dentro de todas estas palabras. Y eso, lo posiblemente fundamental, es un detalle. Ahora sí habíamos decidido lo de la música y creíamos fuertemente en su resultado. Nuestro convencimiento era tal que cuando empezó a sonar esa canción, tenebrosa por el contexto y el volumen altísimo, corrimos enseguida hacia la cocina esperando a que L. se levantara y nos fuera a buscar para insultarnos. Pero no, la canción siguió sonando y todo lo demás no ocurrió. Si quiero describir la situación solo me sale decir "oscuridad", y aunque una palabra suelta no pueda explicar lo que pasaba en ese momento, creo que es lo más indicado que puedo utilizar para expresarme.
En fin, la oscuridad seguía cubriendo la gran mayoría de los rincones de la casa, se extendía desde la puerta y el living, pasando por el pasillo hasta la habitación donde L. parecía haber sido abducido por esta gran mancha negra, esta temible negrura tridimensional. Fue entonces que me dejé llevar por la imaginación, y cuando entrábamos nuevamente en el cuarto para subir el volumen de la música, tuve que preguntar como al pasar, dejé flotando la pregunta-afirmación sin calcular la reacción de M. y dije "L. estará bien". Repito, este detalle parece importante ahora que lo separo del resto de la noche, sin embargo, en ese instante mi duda hecha palabras pareció desvanecerse en el aire, aunque aparentemente a M. no lo dejó indiferente y tuvo que contestarme que sí, obvio, cómo no va a estar bien, solamente está re dormido. Pero yo noté que lo decía porque no quería dudar de que estaba bien cuando en realidad él también dudaba, él comenzaba a dudar más que yo y por eso dejó el teclado de la computadora y mirándome me insinuó algo terrorífico torpemente disimulado por su risa. Quizá luego de eso volvimos a la cocina o nos quedamos en el pasillo, no lo sé, carece de importancia.
M. parecía no poder seguir ocultando su nerviosismo y yo que miraba el piso tratando de distraerme, entendí que debía levantar la vista y mirarlo de frente, hacerle saber que yo también lo había escuchado.

No sé si lo imaginé estando en la cocina, mientras me quedé colgado mirando el piso lleno de pegotes, o si la perspectiva casi cinematográfica se me ocurrió después, y con decir después estoy diciendo en otro momento, no necesariamente después, quizá antes, en una de las tantas caminatas por el pasillo que separaba el living del cuarto a oscuras, o cuando salíamos a la mañana y el sol nos envolvía amistosamente. Primero fue estando desde uno de los rincones superiores del cuarto de L. , entre el techo y la pared, justo al lado de una mancha de humedad. Paulatinamente iba descendiendo en diagonal, cada vez más y más cerca de la cama que permanecía quieta, apenas iluminada por el reflejo de la computadora. Todo estaba igual pero yo no lograba distinguirlo, o mejor dicho, yo no intentaba describir ni definir nada de lo que había en la habitación; la cama estaba, el cuerpo inmóvil y tapado también, la computadora sobre el escritorio, incluso una botella casi vacía tirada en el suelo, todo estaba pero yo no pensaba en los objetos, yo simplemente me seguía acercando sin ser nadie ni haber sido nadie antes, sin más que ese acercamiento lento pero constante. Seguía acercándome, me encontraba a unos dos metros de la cama cuando M. me sacudió el brazo y tuve que girar, mirarlo y preguntarle "qué pasa", y él diciendo que se le había ocurrido algo y no sé qué. Entonces fuimos hasta la cocina y la luz artificial me hizo mal, mis ojos ya se habían acostumbrado a la oscuridad del resto de la casa y del resto de la noche. Me habló, parecía entusiasmado por su idea, era algo para seguir jodiendo a L. que aparentemente no se había movido, aparentemente el ruido había sido de alguna cosa que se cayó en el cuarto o el anti virus de mierda a todo volumen y la puta que lo parió. Decidí volver a interesarme por lo que pasaba, hacerle caso a M. y seguirlo hacia el cuarto. Las mismas precauciones de siempre, comunicarnos entre susurros apenas entendibles, aguantar la risa ante la inminencia de la puerta abriéndose y haciendo algún ruido que arruinara todo el plan.  M. fue abriendo la puerta muy despacio, pero yo no aguanté, le dije que se corriera porque esto había que hacerlo de una, y sin más vueltas entré a la habitación con una patada y quedé otra vez observando al cuerpo que yacía en la cama, en diagonal a mí y dos metros más abajo, Sin embargo, esta vez ambos estábamos quietos, él seguía sin moverse y yo lo copiaba, permanecía en esa posición, o por lo menos mi perspectiva seguía siendo esa, ya que si bien veía la cama y el cuerpo en penumbras, no podía verme a mí mismo ni saber en qué posición estaba mi cuerpo o qué era lo que me sostenía, si es que algo lo hacía. Permanecimos así, ambos quietos, ambos cumpliendo nuestro rol de esperar. La situación pedía quietud y era la quietud misma, aunque yo me tomaba la libertad de generar retazos de pensamientos, cosas dispersas que aparecían y se escapaban continuamente, y justamente en uno de esos vaivenes tuve la certeza de que incluso bajo ese estado yo podría tomar una decisión y descartar otra, jugar con la libertad. Mientras seguía respetando la quietud física de la escena, por dentro me debatí entre aceptar esa calma desolada que la habitación con el cuerpo tapado y la oscuridad me ofrecían, o bien moverme, generar un cambio, tocar el suelo con los pies, tantear el cuerpo o destaparlo, incluso prender la luz. Era obvio que en ese estado  no iba lograr ninguna conclusión, necesitaba escaparme de allí, respirar.

Ahora M. y yo estamos a tres cuadras de la casa de L. que ya es una mancha desvaneciéndose en mi memoria. Seguimos contentos por el milagro que supone el sol a esa hora, y mientras planeamos seguir caminando para sentarnos en algún lugar, yo sé que algo se me está olvidando, siento como una piedrita en el champión que molesta y desde el fondo del optimismo se ríe de mí y no me deja en paz. Son esas cosas que uno tiene como en la punta de la lengua, un nombre que está pero no aparece, un detalle olvidado, y ahora es esto, algo así como la sensación de que no todo está cerrado y los detalles, qué interesantes son los detalles; pasar por una esquina mil veces recorrida y sin nada nuevo que ofrecer, mirar sin interés el cartel conocido que se eleva tristemente sobre el local que vende colchones y sommiers, sí, creo que dije bien, colchones, colchón, cama, todo indica ganas de dormir, sueño, la gente duerme de noche, nosotros no porque nos quedamos despiertos, pero la gente duerme de noche, la noche es oscura, oscuridad, todo empezó porque vi un colchón en un anuncio, cama, colchón, noche, cuerpo inmóvil a la espera de que piense en las posibilidades y el cartel que me recuerda la oscuridad de la noche que me impulsa a tomar una decisión. Elijo primero pensar qué pasaría si... ¿qué pasaría si me decido por la calma? Entonces me veo en la misma posición y en el mismo estado por varios miles de millones de años más, sin variantes de ningún tipo. En un momento me muevo, no por haber sentido muchas ganas de hacerlo, sino por aburrimiento. No es un movimiento brusco ni exagerado, simplemente me enderezo y quedo de pie frente al cuerpo que sigue acostado en posición fetal, dándome la espalda. Opto por prender la luz, me parece lo más lógico. El botón se mueve pero la luz no se enciende. Sin miedo ni nerviosismo me dirijo hacia la computadora, recuerdo que estaba prendida. Muevo el mouse pero éste se escurre de mis manos, desaparece en la superficie del escritorio de madera. El teclado ya no existe más que en mi recuerdo, el monitor está apagado y la negrura de la pantalla va lentamente camuflándose a la negrura de la pared, apenas puedo distinguirlo, en pocos segundos ya no estará más allí. Todo parece como posterior al fin del mundo, al fin de algo. Camino unos pocos pasos y otra vez estoy ante el cuerpo inmóvil, pero no me detengo a reflexionar, estiro la sábana, lo destapo con una mano mientras que con la otra trato de tantear la espalda. Mis manos se encuentran con algo sumamente duro, completamente inhumano. Salto hacia la cama y trato de mover eso que está allí, eso que indudablemente ya no es un cuerpo, o nunca lo fue. Es imposible moverlo ya que todo, si silueta, su textura y hasta incluso su falta de olor, está compuesto por la quietud de la muerte. El cuerpo no existe y si existió ya ni rastro queda. Sin embargo persisto; lo miro y un sentido respalda al otro; mis ojos me indican que estoy observando una roca, sí, eso tan tenso y frío que recién había tocado era una roca que perfectamente podría estar en una playa o en una isla. Me doy vuelta y decido salir de la habitación, ocurrencia más que interesante teniendo en cuenta que toda la acción -o toda la no acción- estaba ocurriendo allí desde hace millones de años. Abro la puerta y me encuentro en otra habitación que no conocía de la casa. No debería estar ahí, primero que nada porque la puerta separaba la habitación del pasillo,  no la habitación de otra habitación, y segundo porque ese cuarto de pequeñas proporciones y sin muebles en el que me encuentro no existe en la casa de L. , nunca estuvimos allí, no cabe en la geografía de la casa. Dicho cuarto tiene la particularidad de modificarse según mis movimientos; doy una vuelta sobre mí mismo y la pared que antes tenía la puerta que me condujo hacia allí, ahora ya no está. Los colores de las paredes también cambian, pero eso no me interesa. Entiendo el mecanismo y sigo girando hasta que en una de las paredes aparece una ventana: es chica, tiene el marco blanco, con la pintura algo oxidada. La abro y salto a través de ella, me golpeo la rodilla y entre puteadas me levanto comprendiendo que estoy de nuevo en la habitación de L, con la roca que no es un cuerpo, la luz que no funciona y todo lo demás.

 Estuve un rato parado, solo, inclinando levemente mi cuerpo, mirando a la distancia la otra cuadra que insinuaba profundidades imposibles de explorar, objetos que no existían porque jamás serían percibidos, ni ellos ni tampoco la misma oscuridad que los cubría, oscuridad a su vez cubierta por otras capas más finas y sí, tal vez visibles pero insignificantes, superfluas. Mientras mis dos amigos estarían discutiendo torpemente los precios de un paquete de maní, yo sentí la necesidad de pensar en algo concreto, alguna idea lógica, un pensamiento estructurado, un recuerdo quizá. Rescaté las ganas de pensar en un sueño recurrente, un lugar que no existe pero en mis sueños sí: una puerta, una puerta de madera pintada de blanco, con relieves rectangulares en el centro de su figura. Un pestillo silencioso, de esos que forman un ángulo de noventa grados. La puerta cerrada ante mí o ante mi recuerdo. Una puerta blanca, común y corriente. En el sueño tengo la certeza de que la puerta pertenece a una casa, no se me presenta así nomás, totalmente fuera de contexto. Sin embargo, yo no quiero voltearme para ver ni abrir la puerta en cuestión. Nada más, el sueño es ese y yo aprieto los dientes ante la decepción que me provoca chocarme nuevamente contra una escena sin sentido.
 Veo que mis amigos vienen doblando la esquina, cargan bolsas de un modo tan despreocupado y yo que estoy con esta incertidumbre... para dónde mirar si la espuma negra ya no brota sólo de la otra cuadra, ahora la percibo más cercana, como si caminar por el cantero con plantas me pudiese conducir a ella y entonces.

Entonces veo a L. repetido por todos los rincones de la habitación, multiplicándose para continuar una burla que no logro anticipar y a la que no podría atribuirle un origen, una causa. Mi vómito no precede a una sensación de mejoría ni nada por el estilo, tampoco es que me sienta mal, pero me gustaría tener la capacidad para ir a la cocina a buscar algo, un lampazo o cualquier cosa que me permita limpiar los líquidos que resbalan por mis labios y caen violentamente contra un suelo tan confidente, tan cariñoso, tan oscuro. En cambio, permanezco de rodillas, la cabeza inclinada hacia el piso. Detrás mío, algo hace rato me está haciendo sangrar la espalda y recién ahora me interesa saber qué es.
Pensar que todo esto empezó porque elegí: las elecciones siempre tienen consecuencias, tenés dieciocho años y uno debe hacerse cargo de sus actos, pero cómo explicarle a mi sentido de la responsabilidad que yo solo necesitaba escapar de la quietud, si el simulacro fue tan angustioso, no puedo imaginar cómo sería ir en verdad para ese lado, porque la quietud es un instante sin movimiento, y sin movimiento no hay tiempo, claro, y sin tiempo -vos deberías saberlo que pasás mirando películas en vez de estudiar- no queda lugar para las decisiones, para salvarte de estar millones de años mirando de cerca a un cuerpo que resulta ser una piedra y poder llegar a otro puerto, a uno menos explorado, más peligroso, pero por lo menos...
Estoy completamente seguro de que mi espalda en cualquier momento se va a abrir y me van a salir alas. Ahora entiendo por qué eso -que dicho sea de paso era alguien, o por lo menos tenía la cara de alguien- me estaba lastimando con tanta dedicación. Alas, tengo alas. No necesito volar, hoy le presto mayor atención a mi estética, y además el techo del cuarto de L. permanece a la misma altura, ajeno a todo lo demás. Después de perseguir -y no alcanzar- por un rato a eso que me había lastimado la espalda, logré escuchar la voz de M. que parecía estar buscando información en la computadora; me daba datos desordenados, partes de cosas como nombres de canciones, fechas, y entre todo eso me dio la idea de que me arrancara un brazo y lo usara para golpear a alguien, que sería un buen ataque.  Claro que lo hice y con mi brazo derecho agité mi ya desprendido brazo izquierdo y lo tiré por el aire hasta la cara de L. que se multiplicaba sin ningún tipo de orden, ya no respetaba nada y avanzaba haciendo ruidos con la boca. El brazo le pegó de frente en la cara que comenzó a quemarse hasta verse completamente consumida, dando lugar a un nuevo rostro, algo tan familiar como la cara de mi madre con una toalla en la cabeza, como se pone cuando recién sale del baño. La cara me hablaba pero las palabras no me llegaban, todo terminaba en ruidos confusos y burlones. Me cansé de ver a mi madre porque su cara ya se estaba convirtiendo en el boletín de junio-julio-agosto, cuatro bajas incluidas. Por eso mismo me recosté unos instantes contra la pared contigua a la cama de L. que desaparecía de a ratos y a veces volvía a la habitación pero en otro lugar de la misma, y vi a M. moviendo los pies y los brazos contra la puerta del otro lado, la que daba a la otra habitación a la que nunca habíamos entrado. No intentaba abrirla, simplemente ejecutaba la acción de caminar como si no tuviese nada delante.
 La habitación se había llenado de humo y desde unas cajas ubicadas detrás del ropero llegaba música de un arpa. Corrí hasta la cama que huía disfrutando de la persecución, ayudada por unas patas de caballo que le habían brotado en algún momento. En un acto de lucidez muy elocuente, estiré mi complexión física unos cuantos metros y así alcancé la cama que se quejaba y me insultaba. Me abracé a ella y me sumergí en el colchón que lentamente se iba abriendo a mi paso, expulsando contra mi cuerpo una sustancia viscosa que me envolvía y me acompañaba en mi descenso.
Antes de hundir el rostro por completo, alcancé a ver que en la ventana de la habitación alguien había escrito unas fórmulas matemáticas. Parecía la letra de M.

-Lunes 1:02: El monitor refleja una silueta parada junto a la ventana. Luego de unos segundos, camina dos pasos hacia su derecha y se sienta sobre la cama.
-Lunes 1:04: En el reflejo del monitor se alternan movimientos bruscos: primero, la silueta empuja hacia un rincón el ropero. Luego hace lo propio con la cama, una pequeña mesa y por último el escritorio completo con la computadora y varios libros.
-Lunes 1:23: El monitor refleja de frente y muy próximo a él a la cama, el ropero y la pequeña mesa.
-Lunes 1:24: Por el borde izquierdo de su reflejo, el monitor muestra una mano apenas visible que lentamente se acerca al pestillo y con más lentitud todavía abre una puerta blanca.
-Lunes 1:25: El monitor ya no refleja nada, está apagado o se quedó ciego.












jueves, 30 de julio de 2015

Qué tristeza me da ver locales cerrados un martes de noche.

Me acerco, me acerco, me acerco. Cruzo la calle para que la sombra de la otra vereda me tape casi por completo, la capucha en la cabeza ayudará a mantener mi anonimato. Ahora camino un poco, enlentezco el paso porque claro, necesito mantener cierta distancia, no sea cosa de que se de vuelta y me vea casi pegado a ella, respirando fuerte por la adrenalina, aunque ese ni siquiera sería el peor de los escenarios posibles; lo peor sería que se de vuelta y me hable, y yo empiece a emitir sonidos guturales propios de un animal desesperado, o que intente decirle algo y me salte la saliva de la boca y la empape a ella y ya no pueda entablar ni una conversación ni nada. Así que calculo que aproximadamente media cuadra es una buena distancia para seguirla sin generar sospechas, siempre y cuando ella no se detenga a mirar alguna vidriera de esas que hay por ahí, tras lo cual yo tendría que pararme a mirar otra cosa, agacharme para atarme los cordones, cruzar nuevamente la calle, o pasar a su lado, seguir caminando y esperarla en un árbol más adelante, escondido mientras ella retoma su trayecto y yo nuevamente me muevo detrás. Pero no, la ciudad a esta hora está como quieta, apagada, el clima es neutral y la gente no camina por la calle. Las vidrieras tampoco se lucen porque los locales están cerrados, detalle interesante porque le da a mi relato un clima de soledad digno de una persecución, o no, mejor dicho, digno de un seguimiento obsesivo. A mi me gusta no cruzarme con más de dos o tres personas por cuadra, no tengo que preocuparme por caminar derecho ni por tratar de no hablar solo. Es por esto que sigo y ya son cuatro las cuadras que ella caminó y yo atrás, como su sombra, aunque en realidad no, porque sería una sombra con gran proyección, tengamos en cuenta que estamos como a media cuadra de distancia. La verdad es que no sé hasta dónde va y eso tendría que preocuparme, no soy de salir mucho y si seguimos caminando ya me voy a perder, después no me guío demasiado para volver a mi casa y tengo que darle de comer a mi gato que a esta hora debe estar saltando de techo en techo con el pelo negro reflejado por la luz de la luna, luna que es de mentira porque el cielo hoy está nublado y en realidad mi gato no es negro, pero quería que mi relato tuviera algo de misterioso y todo eso. Pasa que ya me estoy cansando, esta mina no para de caminar y ya estamos en un barrio menos iluminado que el mío, además me estoy quedando sin cosas para decir porque esta ciudad es horrible y no amerita demasiada descripción. Lo mejor sería un giro inesperado en la historia, cosa que no va a suceder porque tal como lo había pensado antes de seguirla - y con antes me puedo referir a muchos momentos de mi vida anteriores a este seguimiento, por ejemplo el momento en que cerré con llave y estornudé antes de salir a caminar, o hace tres años cuando me comí un pancho sin mostaza- antes de empezar a seguirla, decía, decidí imponerme la regla de no establecer ningún contacto más que el visual que he estado narrando, y así fue. En determinada esquina llena de sombras ella giró repentinamente y me dijo que estaba apretando el botón equivocado, que con ese todo se iba a borrar y que sería un bajón porque el internet está andando lento y andá a escribir todo de vuelta... dejá, mejor va a ser que lo guardes bien, así después podés mostrarle con cierto orgullo escondido a tus amigos que escribiste un texto re interesante y pueden tener algo de qué hablar. Todo eso me dijo la mujer que había estado siguiendo y cuyo rostro pude ver y claro, era una especie de híbrido entre windows 7 y movie maker 2008, con cuerpo de teclado lleno de migas de antiguas comidas y pegotes de café con leche, además de ese par de piernas que lucían con tremendo estilo blancos y azules que sonaban con cada movimiento anunciando notificaciones y mensajes nuevos. 

martes, 30 de junio de 2015

Ahora me voy a bañar y voy a salir a caminar; los títulos también pueden tener personalidad.

Es la imposibilidad de escribir algo interesante a las ocho de la mañana de un martes sin haber dormido y con un día por delante que se presenta patético y depresivo. Son las escasas ganas de ser productivo en un mundo que te reclama justamente eso, productividad, movimiento, acción, supuesta superación personal. Prefiero la inercia a la que estoy acostumbrado, no ser nadie desde un rincón del planeta que no es nada ni pretende serlo. Es estar acostado intentando dormir y ser arrebatado por la soledad cruda que aparece de repente, sin necesidad de ningún acto específico para manifestarse, simplemente la certeza de estar solo a todo nivel, aunque pueda aferrarme a ideas universales de órdenes y leyes que gobiernan lo que existe y lo que no, aunque viva con mi madre y hable con ella, aunque tenga gatos y los acaricie, aunque utilice internet y me comunique con la gente, aunque invente historias y personajes. Es, además, la angustia siempre cercana de saber que todo cambia y a la vez no. Ya viví esto, ya estuve triste por esto, ya sufrí de insomnio otras veces, pero si deseo sufrir exactamente lo mismo tres años atrás, no puedo, mi percepción no se regenera, no puedo volver a mis inseguridades pasadas, ya cambiaron y su entorno también. 
Es la decadente necesidad de mirar a otros buscando algo que yo no tengo, algo que me parece mejor y más llamativo, buscando interesarme en ellos de un modo en que ya no puedo interesarme por mí mismo. Es la aun más decadente idea de escribir esto sabiendo que lo voy a hacer público, con la mínima esperanza de que alguien se sienta cercano a mí a través de estas palabras y de ese modo la soledad se vea engañada. 

Este relato no se va a llamar Cuchillo, elija usted un nombre que le parezca bonito.

Qué monótono le parece todo al cuchillo. Un poco de dulce de leche, luego la clásica untada en el pan, agua que le hace cosquillas, todo para terminar encajonado y a oscuras. El cuchillo no sabe lo que es el tiempo ni la vida útil de los productos, porque él no es un producto, es un cuchillo que imagina un día de estos estar sobre el plato, rodeado por migas de una galleta que agonizó hace poco, y que por un descuido la mano lo tire, sí, sí, que lo tire, aunque por qué pensar en algo accidental, que lo agarre por el mango celeste y con toda la intención del mundo lo arroje en el aire y atraviese a una velocidad vertiginosa la habitación hasta clavarse de cabeza contra la pared, abrir un hueco, desafiar a la triste materia inerte e inanimada, ser feliz, loco, ser feliz de una vez por todas y demostrarle al mundo quién tiene el mango más grande, el cuchillo celeste, el que quiera celeste que me tire contra la pared, y que vengan todos los putos, piensa el cuchillo que se entusiasma aun más cuando imagina que una vez clavado en la pared, alguien lo viene a recoger y lo lleva kilómetros y kilómetros lejos de allí, escondido en una campera, envuelto en unas vendas, hasta que súbitamente fuera convocado por esa misma mano robusta, peluda, y viendo de frente la luz del sol, se clava en el pecho de un tipo que se desangra y se desangra, mientras una mujer con tetas grandes aparece y se ríe del muerto, saca el cuchillo para que termine el proceso más velozmente,  y mirando a los ojos al moribundo, aprovechando su último vestigio de vida, lame de arriba abajo la sangre que cuelga del cuchillo que a esta altura del pensamiento está re excitado, tiene tremenda erección filosa pero no puede hacer nada, sigue dentro del cajón. Se resigna, por lo menos tiene el día libre, hoy hicieron guiso. 

miércoles, 3 de junio de 2015

Gajo que cae.

Este relato empieza con que yo digo que el relato empieza, aunque en verdad no se sabe si el relato empieza en el momento en que yo digo que el relato empieza, o si empieza en el momento en que yo analizo el comienzo del relato. Esto carece de importancia para Rodolfo, es más, Rodolfo ignora completamente dicho despliegue linguistico y racional, así como también ignora todo lo que no tenga que ver con el gajo de mandarina que cae suavemente sobre el piso de su celda. No sólo contempla el gajo que reposa a unos centímetros de sus pies mugrientos y lastimados, no se conforma con fijar su mirada en una porción del espacio, Rodolfo observa una y otra vez cómo el gajo cae desde la ventanita, atraviesa el aire oprimido por su propia respiración, da una pequeña, imperceptible voltereta y por fin cae en el suelo. Él se mantiene sentado, quieto, el cuerpo apenas inclinado hacia adelante. Tiene su mano derecha presionando involuntariamente su pera y parte de su pómulo, lo podemos comparar con un filósofo griego, aunque Rodolfo odia las comparaciones, de chico le clavó un tenedor en la mano a su madre por decirle que se parecía en algo al tío Jaime, hecho que además instantáneamente hizo que relacionara el nombre con Jaime con Roos, cantautor supuestamente uruguayo, con altas probabilidades de ser Iluminati. Rodolfo Rápidamente (esto suena muy redundante) toma el control de la situación, entiende el mecanismo y comienza a modificar a su antojo la caída y el recorrido del pequeño gajo; a los pocos minutos ya es capaz de obligar al gajo a volver a su posición inicial, incluso cuando esto significa que el gajo en cuestión tenga que girar de un modo inhumano (y esto a su vez quiere decir que yo tengo que personificar al gajo para atribuirle una incapacidad humana). Pero aquí me surge una pregunta: ¿Por qué Rodolfo, teniendo en cuenta que su situación es un tanto delicada, en lugar de aprender a modificar sucesos tan inútiles, no hace lo mismo pero con acontecimientos realmente importantes y que puedan ayudarle con su condición? Ustedes ¿quienes? no lo sé, habrán notado a través de mis palabras que Rodolfo está en una celda, la conclusión inmediata es que Rodolfo está preso. A partir de allí nos podemos ir moviendo hacia otras conclusiones tales como que a Rodolfo lo violaron, a Rodolfo lo golpearon, Rodolfo es tupamaro, Rodolfo pertenece a la barra amsterdam, etcétera, etcétera. Esto no nos importa, Quiero decirles que no voy a contar los hechos que desencadenaron la situación de Rodolfo en una celda mirando un gajo de mandarina, no porque nos lo sepa, sino porque eso significaría alejarnos de lo importante en este relato, y además, si yo me desvío tanto, después cuando lea esto en público la gente se va a impacientar, me van a tirar guías telefónicas de las que ya nadie usa, y me van a gritar cosas como "dejá de hablar, hippie de mierda", o "nos gustaría que su narración llegara al momento culmine, así, de ese modo nos podamos retirar cada uno a nuestros aposentos", eso en caso de que el público sea fino y educado, claro está.
Pero en fin, volvamos a Rodolfo, que dicho sea de paso tiene bigote. Ante su incapacidad para reaccionar y darse cuenta de que podría aprender a modificar sucesos útiles, me desespero y trato de advertirle, le digo Rodolfo, Rodolfo, volvé el tiempo hacia atrás y evitá tu entrada a prisión. Rodolfo no escucha, continúa absorto en la contemplación del gajo de mandarina. Rodolfo, Rodolfo, tu futuro puede ser maravilloso si modificas tu pasado, esto suena muy a Paulo Coelho pero creeme que es verdad. Rodolfo no escucha o básicamente le chupa un huevo todo. Me desespero aun más, me contraigo en muecas de nerviosismo, transpiro. La situación se me va de las manos porque no puedo aceptar que Rodolfo sea tan imbécil, entonces intento por última vez, repito su nombre, Rodolfo, Rodolfo. La distancia que nos separa es cada vez más abismal, de a poco voy entendiendo que Rodolfo tiene vida propia y que seguramente muera allí, estando preso. Mi desesperación llega a un punto crítico y cuando ya no me queda nada por morder, ningún mueble por arrojar al suelo, clavo mis uñas en un puto gajo de mandarina que luego tiraré hacia algún lugar, quién sabe dónde.

lunes, 20 de abril de 2015

Café con leche a las tres de la mañana.

Son las tres de la mañana aunque en realidad no, ahora falta una hora para las doce. La taza azul que contiene el café con leche ocupa una porción del escritorio que está a mitad de camino entre la oscuridad del comedor y la luz penetrante del monitor. Yo estoy ahí sentado y me acuerdo del café con leche, pero ahora también estoy acá sentado pero sin café con leche y un sonido adicional. Vos debés estar en el mismo lugar -con variantes que no importan- que cuando yo estaba -o estoy- acá con y sin café con leche, pero claro que no estás en el mismo lugar en el que leíste las palabras que tampoco importan ahora.
 Te veo tirada en tu cama, despojada de lo cotidiano pero no de vos misma, y también me veo ahora que escribo esto pero mucho más claro me veo cuando estaba tomando el café con leche y pensaba en escribirte esto, y pensaba en vos. Establezco una conexión entre estos momentos como si los demás -pasados, futuros, da lo mismo- no importaran en absoluto. Ahora me veo borrando palabras porque no quiero ser repetitivo y en el fondo quiero que me pienses buen escritor, una forma triste de consuelo que te invento para que vos utilices sobre mí. Al mismo tiempo observo que el café con leche se enfría y que el tiempo avanza, porque cuando pienso en prepararme otra taza veo que ya no son las tres de la mañana, que ya son las tres y dieciséis y acá falta menos para que sean las doce. 
Ese día vos tenías ropa que te hacía ver no me acuerdo cómo, hoy también la tenías pero me acuerdo de un par de detalles que no son los que te hacen más linda, detalles ordinarios que quisiera separar de tu figura de ser posible, pero cómo pedirte que andes desnuda solo porque yo quiero pensarte como una persona sin cosas adicionales, aunque a fin de cuentas escribir esto y nombrarte así es idealizarte, verte desnuda en este momento en que me veo solo a mí y al café con leche que me voy a preparar. 
Digo lo de la ropa porque quiero aferrarme a ese recuerdo de cualquier modo; sé que llevabas puesta ropa, sé que el libro no era tuyo, sé que lo leíste algo nerviosa, y de a poco voy armando pieza por pieza ese recuerdo que se interpone a la imagen de verme tomando café con leche, se interpone y la aplasta, y sigo aferrándome a ese recuerdo como puedo, aunque ahora vos estés acostada pensando, durmiendo o leyendo y ni siquiera pienses en mí, o me pienses como algo casual, igual que un objeto que cada tanto es necesario para cierta tarea pero que no tienen extensión. Pero mirá qué patético, acabo de releer esto y algunas frases me parecen tan poco sinceras, y no sé si estaré bien en pensar si quiero escribir lo que me salga o si quiero embellecer el texto un poquito más, para que cuando vos lo veas-no vos la de las palabras que leíste ni vos la de ahora durmiendo o pensando, sino otra vos que será la misma que ahora- para que cuando lo veas, decía, pienses en la posibilidad de que yo haya escrito esto simplemente porque sí, porque me gusta escribir. En fin, no sé si a vos también te atraviesan estas ideas relacionadas a la toma de conciencia de uno mismo, neuronas que hacen sinapsis para que uno sepa que hacen sinapsis para que yo me sepa escribiendo esto y me sepa persona con barba prematura que toma café con leche a las tres de la mañana mientras piensa en escribir esto, y para que vos entiendas que todo es infinito, el café con leche de ese día, el libro que leíste, mi inevitable pensamiento que recae sobre vos, todo, absolutamente todo está ahora y aunque vaya a terminar en algún momento y yo lo sepa, ese momento todavía no llegó.  

domingo, 1 de marzo de 2015

Fetos de sábado a la noche y domingo de mañana.

Restos desmembrados de tres personas recorren nocturnas calles jugando a esquivar nocturnos pensamientos. Risas que intentan ser felices se desplazan por el aire comprimido por el olor a porro y a nafta que deja un auto al pasar a toda velocidad. El cansancio como una cruz, los chistes ya repetidos mil veces. Uno de ellos ya sabe lo que va a ocurrir en los próximos veinte minutos y se inquieta al darse cuenta de que conoce paso a paso ese futuro inmediato, así que en su mente intenta modificar algo y se queda sentado en la vereda esperando a que amanezca mientras tira piedritas contra el cordón de la vereda y tararea una canción que dice "Cerca de la revolución/el pueblo pide sangre". Los otros no modifican nada, cumplen el ritual y terminan durmiendo en sus camas, entre nostálgicos y aburridos. 
Una feria, el reencuentro con ese ambiente totalmente ausente en la noche anterior, es decir, la familiaridad y la cordialidad de saberse uruguayo y de caminar mirando frutas al igual que caminan los otros uruguayos que también miran frutas y además las compran. Las ojeras demasiado evidentes palpitan en los rostros y ellos sienten sus propias miradas de sueño como si provinieran de otras personas. El resignado salto al vacío de seguir caminando y enfrentarse con el domingo que se extiende hasta el infinito. 
Allá van, tres restos de un sábado a la noche y resaca de domingo a la mañana. Son como fetos; están replegados, quizá protegidos, pero tarde o temprano van a expandirse, van a salir al mundo. Inconscientes de su inexorable destino de seguir siendo consecuencias producto de otras consecuencias menos palpables, deciden doblar en la esquina para encarar a tomar unos cafés.