sábado, 17 de febrero de 2018

Cristo soñaba

Conocí a Cristo
en una celda oscura
me pidió un pucho
y se puso a decir
que le habían sumergido la cabeza
en un pozo de agua turbia
y que el mundo se había terminado
en el año dos mil
le pregunté cómo era eso
y él me dijo que desde entonces somos sombras
que vagan por los restos
de lo que fuera la tierra
así que estos milicos están torturando a un fantasma,
dijo y rió.
Cristo no dormía
pero soñaba 
y hablaba al mismo tiempo
para contarme los sueños
en tiempo real

un día, mientras los brazos se le movían
en convulsiones narcóticas
y los párpados tintineaban 
tapando sus ojos en blanco,
me fue narrando lo siguiente:
soñaba con una ciudad costera
en cuyo puerto desembarcaban minotauros
que perseguían a la gente por las calles
y se comían a los que atrapaban
y que los minotauros se dirigían a la nueva Babilonia
una ciudad negra de hollín
oculta detrás de lo que parecían ser
los montes de Sión

al terminar cada sueño
Cristo quedaba estático
y después, sin mirarme ni decir nada
se arrastraba hasta un rincón de la celda.
durante el rato que pasaba así
yo no dormía, ni cagaba ni escribía en las paredes
sólo miraba hacia ese rincón
donde la brasa del cigarro
iluminaba, de a ratos
la cara de Cristo
y lo que veía era una frente atravesada
por cruces hechas a navaja
y un par de ojos que miraban lejos

Cristo estaba flaco.
los sueños se acercaban
lo consumían. 
tosía sangre y vomitaba sangre
se agarraba las costillas y decía
son las puntadas de la culpa
y entonces pintaba caras en la pared
con su propia sangre
y en el suelo escribía la palabra sangre

una noche desperté por el calor
y sentí la respiración de Cristo
se estaba cortando con un fierro oxidado
el brazo derecho serruchando
el izquierdo atado a los barrotes;
me acerqué y dijo 
no queda ni una gota
mañana sueño por última vez

a la otra mañana
vinieron los milicos
a escupirnos la comida
y a darnos la biaba de todos los días
pero mientras yo era espalda,
boca y manos chorreando rojo,
Cristo apenas sudaba

el último sueño lo tuvo esa tarde
Cristo lo contó con mucha dificultad
las palabras entrecortadas
no me dejaban entender partes de su relato
y en varios momentos lo interrumpían
gritos desesperados
que salían del fondo de su garganta 
y que claramente no controlaba

entre gritos
contaba:
"Me obligan a caminar por un sendero 
custodiado por dos sombras amorfas 
las sombras rugen pero yo las entiendo
como si ese fuera mi idioma materno.
tratan de animarme
diciendo que me llevan hasta el origen de todo
que no voy a sentir dolor
pero yo siento miedo
cada paso que doy es más tétrico.
las sombras caminan a mi lado..."
entonces Cristo gritaba desde el fondo de sí mismo
y yo sentía su miedo
la celda se iba tiñendo con los colores ocres 
que Cristo soñaba
"...un paisaje a mis costados que parece calmo
pero que algo esconde
hasta que llegamos a los pies de una montaña
hay niebla, no se ve nada más allá de dos metros
pero a lo lejos escucho gritos
y las sombras desaparecieron..."
a esta altura Cristo era un pedazo de carne temblando
abría y cerraba los ojos
las cruces de la frente le brillaban
"...me veo subiendo por la montaña
el camino de piedras es estrecho 
siento las piernas cansadas
y en lugar del miedo anterior, 
ahora estoy profundamente triste..."
Cristo lloraba
a lo lejos, en la cárcel, no habían ruidos
ni pasos, ni golpes, ni rejas cerrándose
"...llego a la cima de la montaña
mi tristeza alcanza su cúspide
entonces las dos sombras reaparecen
y al unísono me dicen que mire hacia abajo
al otro lado de la montaña..."
Cristo, le decía yo, ¡Cristo!
él no paraba de temblar
hubiese querido pegarle
pero no me animé.
las paredes de las celdas se rajaban
el polvo caía
Cristo gritaba
"...veo que al otro lado no hay nada
un vacío absoluto, desesperante
ni un movimiento, nada
y las sombras me dicen:
bienvenido a la plenitud
y caigo"

y Cristo se desploma
cesan los gritos
aparecen los milicos
el sueño terminó
no los miro cuando le dan patadas al cuerpo,
ya sé que no van a conseguir nada. 



miércoles, 14 de febrero de 2018

Gárgolas

Los insomnes perdidos
verán moverse las sombras
entre el cemento y las nubes;
verán surgir de la quietud
gárgolas, cortando la noche
alas de piedra
polvo sobre los autos estacionados
rugidos secos.
Las catedrales serán gigantes de arena
cuando las gárgolas despeguen;
irán en busca de algo perdido y olvidado
algo como la pureza del silencio.
Las gárgolas volarán
invisibles, apenas una mancha
deslizándose por el cielo
cuya función será tapar cualquier estrella
para que la noche se prolongue
como una extensión del sueño colectivo.

Pero el mundo vuelve a girar
urdido por un plan macabro:
acabar con la belleza;
y las gárgolas vuelven a posarse
y las catedrales vuelven a ser paseos turísticos
bajo el sol de los vivos
bajo la tiranía de la vigilia.