martes, 30 de junio de 2015

Ahora me voy a bañar y voy a salir a caminar; los títulos también pueden tener personalidad.

Es la imposibilidad de escribir algo interesante a las ocho de la mañana de un martes sin haber dormido y con un día por delante que se presenta patético y depresivo. Son las escasas ganas de ser productivo en un mundo que te reclama justamente eso, productividad, movimiento, acción, supuesta superación personal. Prefiero la inercia a la que estoy acostumbrado, no ser nadie desde un rincón del planeta que no es nada ni pretende serlo. Es estar acostado intentando dormir y ser arrebatado por la soledad cruda que aparece de repente, sin necesidad de ningún acto específico para manifestarse, simplemente la certeza de estar solo a todo nivel, aunque pueda aferrarme a ideas universales de órdenes y leyes que gobiernan lo que existe y lo que no, aunque viva con mi madre y hable con ella, aunque tenga gatos y los acaricie, aunque utilice internet y me comunique con la gente, aunque invente historias y personajes. Es, además, la angustia siempre cercana de saber que todo cambia y a la vez no. Ya viví esto, ya estuve triste por esto, ya sufrí de insomnio otras veces, pero si deseo sufrir exactamente lo mismo tres años atrás, no puedo, mi percepción no se regenera, no puedo volver a mis inseguridades pasadas, ya cambiaron y su entorno también. 
Es la decadente necesidad de mirar a otros buscando algo que yo no tengo, algo que me parece mejor y más llamativo, buscando interesarme en ellos de un modo en que ya no puedo interesarme por mí mismo. Es la aun más decadente idea de escribir esto sabiendo que lo voy a hacer público, con la mínima esperanza de que alguien se sienta cercano a mí a través de estas palabras y de ese modo la soledad se vea engañada. 

Este relato no se va a llamar Cuchillo, elija usted un nombre que le parezca bonito.

Qué monótono le parece todo al cuchillo. Un poco de dulce de leche, luego la clásica untada en el pan, agua que le hace cosquillas, todo para terminar encajonado y a oscuras. El cuchillo no sabe lo que es el tiempo ni la vida útil de los productos, porque él no es un producto, es un cuchillo que imagina un día de estos estar sobre el plato, rodeado por migas de una galleta que agonizó hace poco, y que por un descuido la mano lo tire, sí, sí, que lo tire, aunque por qué pensar en algo accidental, que lo agarre por el mango celeste y con toda la intención del mundo lo arroje en el aire y atraviese a una velocidad vertiginosa la habitación hasta clavarse de cabeza contra la pared, abrir un hueco, desafiar a la triste materia inerte e inanimada, ser feliz, loco, ser feliz de una vez por todas y demostrarle al mundo quién tiene el mango más grande, el cuchillo celeste, el que quiera celeste que me tire contra la pared, y que vengan todos los putos, piensa el cuchillo que se entusiasma aun más cuando imagina que una vez clavado en la pared, alguien lo viene a recoger y lo lleva kilómetros y kilómetros lejos de allí, escondido en una campera, envuelto en unas vendas, hasta que súbitamente fuera convocado por esa misma mano robusta, peluda, y viendo de frente la luz del sol, se clava en el pecho de un tipo que se desangra y se desangra, mientras una mujer con tetas grandes aparece y se ríe del muerto, saca el cuchillo para que termine el proceso más velozmente,  y mirando a los ojos al moribundo, aprovechando su último vestigio de vida, lame de arriba abajo la sangre que cuelga del cuchillo que a esta altura del pensamiento está re excitado, tiene tremenda erección filosa pero no puede hacer nada, sigue dentro del cajón. Se resigna, por lo menos tiene el día libre, hoy hicieron guiso. 

miércoles, 3 de junio de 2015

Gajo que cae.

Este relato empieza con que yo digo que el relato empieza, aunque en verdad no se sabe si el relato empieza en el momento en que yo digo que el relato empieza, o si empieza en el momento en que yo analizo el comienzo del relato. Esto carece de importancia para Rodolfo, es más, Rodolfo ignora completamente dicho despliegue linguistico y racional, así como también ignora todo lo que no tenga que ver con el gajo de mandarina que cae suavemente sobre el piso de su celda. No sólo contempla el gajo que reposa a unos centímetros de sus pies mugrientos y lastimados, no se conforma con fijar su mirada en una porción del espacio, Rodolfo observa una y otra vez cómo el gajo cae desde la ventanita, atraviesa el aire oprimido por su propia respiración, da una pequeña, imperceptible voltereta y por fin cae en el suelo. Él se mantiene sentado, quieto, el cuerpo apenas inclinado hacia adelante. Tiene su mano derecha presionando involuntariamente su pera y parte de su pómulo, lo podemos comparar con un filósofo griego, aunque Rodolfo odia las comparaciones, de chico le clavó un tenedor en la mano a su madre por decirle que se parecía en algo al tío Jaime, hecho que además instantáneamente hizo que relacionara el nombre con Jaime con Roos, cantautor supuestamente uruguayo, con altas probabilidades de ser Iluminati. Rodolfo Rápidamente (esto suena muy redundante) toma el control de la situación, entiende el mecanismo y comienza a modificar a su antojo la caída y el recorrido del pequeño gajo; a los pocos minutos ya es capaz de obligar al gajo a volver a su posición inicial, incluso cuando esto significa que el gajo en cuestión tenga que girar de un modo inhumano (y esto a su vez quiere decir que yo tengo que personificar al gajo para atribuirle una incapacidad humana). Pero aquí me surge una pregunta: ¿Por qué Rodolfo, teniendo en cuenta que su situación es un tanto delicada, en lugar de aprender a modificar sucesos tan inútiles, no hace lo mismo pero con acontecimientos realmente importantes y que puedan ayudarle con su condición? Ustedes ¿quienes? no lo sé, habrán notado a través de mis palabras que Rodolfo está en una celda, la conclusión inmediata es que Rodolfo está preso. A partir de allí nos podemos ir moviendo hacia otras conclusiones tales como que a Rodolfo lo violaron, a Rodolfo lo golpearon, Rodolfo es tupamaro, Rodolfo pertenece a la barra amsterdam, etcétera, etcétera. Esto no nos importa, Quiero decirles que no voy a contar los hechos que desencadenaron la situación de Rodolfo en una celda mirando un gajo de mandarina, no porque nos lo sepa, sino porque eso significaría alejarnos de lo importante en este relato, y además, si yo me desvío tanto, después cuando lea esto en público la gente se va a impacientar, me van a tirar guías telefónicas de las que ya nadie usa, y me van a gritar cosas como "dejá de hablar, hippie de mierda", o "nos gustaría que su narración llegara al momento culmine, así, de ese modo nos podamos retirar cada uno a nuestros aposentos", eso en caso de que el público sea fino y educado, claro está.
Pero en fin, volvamos a Rodolfo, que dicho sea de paso tiene bigote. Ante su incapacidad para reaccionar y darse cuenta de que podría aprender a modificar sucesos útiles, me desespero y trato de advertirle, le digo Rodolfo, Rodolfo, volvé el tiempo hacia atrás y evitá tu entrada a prisión. Rodolfo no escucha, continúa absorto en la contemplación del gajo de mandarina. Rodolfo, Rodolfo, tu futuro puede ser maravilloso si modificas tu pasado, esto suena muy a Paulo Coelho pero creeme que es verdad. Rodolfo no escucha o básicamente le chupa un huevo todo. Me desespero aun más, me contraigo en muecas de nerviosismo, transpiro. La situación se me va de las manos porque no puedo aceptar que Rodolfo sea tan imbécil, entonces intento por última vez, repito su nombre, Rodolfo, Rodolfo. La distancia que nos separa es cada vez más abismal, de a poco voy entendiendo que Rodolfo tiene vida propia y que seguramente muera allí, estando preso. Mi desesperación llega a un punto crítico y cuando ya no me queda nada por morder, ningún mueble por arrojar al suelo, clavo mis uñas en un puto gajo de mandarina que luego tiraré hacia algún lugar, quién sabe dónde.