sábado, 26 de agosto de 2017

Donde estemos juntos

Me dijo para ir a la rambla y bajamos por Minas. Atravesamos cuadras que no estábamos acostumbrados a ver, calles tranquilas con poca gente, casas viejas, recicladas y pintadas de lindos colores. En un par de esquinas vi pinturas relacionadas al candombe, estaban bien hechas y me alegró que nadie las hubiese rayado, como sí hacían habitualmente en otros lugares.

Nos habíamos visto una sola vez. En esa fiesta yo tomé cerveza y no sé qué más y le terminé hablando con mucha pasión, le hablé de mis amigos, de música capaz. Ella me sacaba el vaso de la mano. Ya tarde conseguimos una cama y fue la primera vez que nos acostamos juntos. A unos metros, en el mismo cuarto había gente cogiendo. Nosotros no, nos abrazábamos y reíamos, con la ropa puesta. Después nos levantamos, tomamos café con leche juntos como habíamos planeado y nos tomamos un bondi a la feria. En el camino frenamos para besarnos contra una pared por Colonia. Era un domingo precioso, luminoso y de resaca. 

Es verano y no me acuerdo cómo es que llegamos a la rambla del Parque Rodó. Sé que antes habíamos caminado entre la gente que corría y patinaba, llegando a sentarnos justo frente al teatro de verano. Recuerdo el cielo oscureciéndose y nublándose, mi insistencia en empezar a caminar para el centro porque la lluvia era inminente, y también su indiferencia triste al clima y a todo, mientras me contaba sobre el hijo que no conocía de una amiga y del que nadie le había hablado. Fui un observador pasivo mientras ella se volvía hacia sí misma, ahogándose con su angustia que tenía mucho de maternal, así como varias de sus actitudes. Lo mismo había visto aparecer en su voz y en su cuerpo otra tarde-noche que hablábamos sentados en la plaza de la bandera. Esa vez la atormentaba algo de su madre, un mensaje que le había mandado. También esa vez había sido yo un observador pasivo, inútil desde cualquier perspectiva, temeroso tanto al silencio prolongado como a la palabra torpe. 
Esa noche fue la segunda vez que entró a mi casa y la primera que se quedó a dormir. Decidió con cierto miedo asumir que quería irse conmigo, me preguntó si podía y seguimos hasta Agraciada. Ahí nos tomamos un ómnibus a mi casa. En el viaje nos abrazamos, nuestra adrenalina se mezclaba con el miedo que le provocaba avisarle a la madre por mensaje de texto que no volvía a la casa. 
Bajamos y llovía muchísimo. Hicimos las dos cuadras hasta mi casa casi corriendo. Entramos y un poco de agua se había metido por abajo de la puerta. Más tarde, ya acostados en el colchón que mudé al comedor, con las luces apagadas y creo que la lluvia todavía afuera, probé por primera vez el calor de su sexo contra mi cara.  

La primera vez que hablamos en persona fue en el bar Tractatus. Los dos leíamos ahí esa vez y cuando llegué ella estaba sentada en una mesa, sola. Hablamos un poco, me mostró su libretita con poemas. Leímos, apareció más gente y yo estaba muy tímido, como de costumbre. Hacía frío pero aun así me fui a la puerta tratando de arreglar los auriculares que se me habían roto. Yo tenía puesta la campera de cuero de mi padre, gastada, vieja y abrigada. No sé por qué me acuerdo de eso. Después pudimos seguir hablando afuera, primero parados en la puerta y después sentados en una mesita de plástico. Me contó muchas cosas, me habló de muchas personas; la vi movediza, interesante, abarcativa, curiosa. Me gustó, yo no hablé demasiado. Cuando se iba esperó a que la besara pero no me animé. Aun así cuando me iba caminando a la terminal y ella se iba para el otro lado, sentía el enamoramiento en la garganta. En los días posteriores lo iba a seguir sintiendo pero bajando hacia el estómago.

LLegamos a la rambla. Atravesamos el caminito lateral a una plaza para niños y a la cancha de baby fútbol. Le conté que yo había jugado muchas veces ahí y que ese cuadro siempre nos ganaba. Seguí caminando y me preguntó si íbamos a cruzar. Cruzamos la rambla y nos sentamos a la altura del muelle. Le dije para bajar las escaleras, quería estar más cerca del agua. Me dijo que no. En un momento quise cantar una canción de Invisible y me tapó la boca mientras movía los labios y me reía. "Son tantos tus sueños que ves el cielo/mientras te veo bailar". 

La decepcioné. Notó que mi búsqueda de trabajo y de cosas para hacer era escasa, no la engañaba. Estábamos en mi casa, era un sábado común, me sentía bien. El cambio fue repentino y nos acostamos con tensión. Me empezó a hablar unos minutos después, siempre funcionaba de esa manera: primero venía la reacción introspectiva, el ignorarme; después escupía todo lo que pensaba. Me lo dijo y yo empecé a prometerle cosas desde mi más profundo sentimiento de repulsión hacia mí mismo, pero sobre todo desde mi más profundo miedo de ser un inútil ante ella. Lloré un poco y lo debe haber notado aunque estaba oscuro. 

Nos quedamos sentados en la rambla y así estuvimos más de una hora. Yo me quise levantar y caminar algunas veces pero ella no quería. Primero hablamos de cosas. Sentados frente a frente no tuvo más que recordar una vez cuando sentados también en la rambla pero más por el Parque Rodó había aparecido un mago y nos había hecho trucos. Me preguntó si había sido conmigo, le dije que sí y sentí la inseguridad menos de lo que habría imaginado. Se rió, no sería la primera vez que se acordara mal de la persona pero bien de la situación, o viceversa. Le pasaba a todo el mundo. Después o antes de eso miró con atención las gaviotas que estaban paradas en las rocas y que buscaban peces. Habló sobre qué pajaros serían los otros negros, los miramos. Nos besamos, le toqué el pelo. Pasaban las personas corriendo, caminando o andando en bici a nuestro costado. Sentí en los besos cierto reencuentro, un tipo de comunicación que a veces no aparece de otra manera, o que aparece de forma intermitente. Por unos pocos segundos pensé en Bukowski y su búsqueda de comunicación con el género femenino a través del sexo, una búsqueda desesperada y tierna, como de niño solitario que tiene un sólo recurso, un sólo talento para hacer que sus compañeros jueguen con él. Pensé en esto como de forma compacta, no con la extensión de las palabras sino utilizando la imágen de Bukowski que en mí engloba todo eso.

Estamos sentados en la plaza del entrevero. Íbamos a ir a un recital que a mí me interesaba, pero al final ella me insinuó que no tenía ganas y no insistí ni una vez. Ese día no nos podíamos comunicar bien. Ella hablaba y hablaba, no me dejaba besarla ni tampoco me escuchaba demasiado. Fuimos a la parada del ómnibus y apretamos unos segundos de manera frenética. Me sentí raro estando ya en el 175 sentado en un asiento, volviendo a mi casa. Esa noche no me habló. Al otro día tampoco. Me dijo que me había visto diferente, que todo era atracción y que ahora eso se había ido, así que no quedaba nada. Fueron dos o tres días crueles, espesos. Recuerdo bien que en uno de esos momentos publicó un poema que me impresionó por su belleza pero que no tuve ganas de apreciar bien. 
Me volvió a hablar para contarme de una película. Vi el trailer y hablamos un poco. Con los días el dolor pasó porque ella seguía conmigo. 

Me gusta que me preste libros, no sólo porque son libros lindos, sino porque siento que sigue compartiéndose conmigo. Una vez tenía como diez libros que me había prestado. Recuerdo estar parado frente a la repisa y mirarlos con satisfacción, ordenados uno al lado del otro, autores y ediciones tan dispares. 

Una vez fuimos a ver una película, y cuando terminó ella me preguntó si quería quedarme esa noche en la casa de su hermano que quedaba ahí cerca y que ella estaba cuidando. Le dije que sí. Miramos la tele, comimos bizcochos, dormimos en una cama de dos plazas. Fue un domingo nublado, gris, muy frío. Sentí la belleza de lo cotidiano y establecido, me olvidé de necesitar estímulos constantes. Quise vivir así todos los días, seguro, en paz, con ella. 

Estamos acostados y creo que los dos nos sentimos tristes. No sé el motivo, pero nos recuerdo acostados y melancólicos. Ella agarra mi celular y pone un video que vi pocas veces de una canción que escuché pocas veces y de la cual ignoraba su belleza. La escuchamos sin auriculares pero con el volumen bajo, creo que a oscuras. La canción dice "no soy bueno para demostrar amor" y yo me pregunto si lo soy. 

Es verano y vamos a la plaza frente al shopping. Es una de las plazas que más frecuentamos, por lo menos hasta que pierda la verguenza y termine aceptando mi casa como un lugar donde podamos ir y quedarnos. Nos sentamos contra un árbol, sobre el pasto en el que caminan hormigas. La mochila y el morral están en el piso, se tocan. En un momento me recuesto en el suelo y veo el cielo despejado de enero o febrero mientras ella se ríe o me dice algo o me besa. Después me propone ir a su casa y siento un arranque de euforia. Puede haber sido esa la primera vez que fui a su casa. 

Estoy en su casa, es una de esas veces que voy de tarde y me quedo todas las horas que el tiempo me permita hasta las doce de la noche. Conozco de memoria el paisaje de luis alberto de herrera de noche, la parada frente a la estación, el recorrido rápido, el paso molino, el ómnibus a mi casa. Pero antes sé que nos acostamos en la cama de dos plazas y nos pusimos a ver la televisión. No hablamos durante un rato más que de lo que veíamos, pero no lo sentí como vacío o rutinario, me pareció llegar a un nivel de comunicación implícita, diferente, libre de ansiedades. 

Me dijo que se sentía mal. Yo tenía que ir al liceo pero le dije que me tomaba el ómnibus y que en un rato llegaba. En el viaje fui leyendo un libro de cuentos que después le comenté entusiasmado. Recuerdo ese detalle porque el libro tenía un clima gris bastante acorde a lo que percibía en el ambiente de la tarde-noche mientras iba por general flores. Bajó a abrirme y me pareció tierno verla en pijama, desarreglada. Me gusta de esa forma también. Me senté a su lado mientras ella terminaba un trabajo de la facultad. Puse música en el celular porque la computadora no tenía audio. Hablamos de uno de sus libros favoritos. Sentí ganas de esconderla del mundo. Sentí ganas de abrazarla.  

Fuimos a comer a La Pasiva el catorce de febrero, el día de los enamorados. Llevábamos casi un mes de novios. No estábamos preparados para todo lo que pasó a nuestro alrededor, no lo necesitábamos. Había mucha gente, parejas, matrimonios, todos pidiendo comida, por lo que la muestra demoró en llegar. Demoraron en atendernos también. El mozo me vio de espaldas con el pelo suelto y dijo "chicas", enseguida me vio la barba de la cara y pidió perdón. Ella comió un chivito vegetariano, yo pizza. Después nos lamentamos por no tener chicles, igual nos besamos por Luis A. de Herrera.
Tampoco estábamos preparados para el cantante y guitarrista que interpretó durante la hora, hora y media que estuvimos ahí algunas canciones de cumbia del momento, algunas repetidas varias veces. No elegimos el mejor lugar, pero estuvo bien, en esos casos aunque todo al rededor parezca una película de bajo presupuesto donde no se escucha nada y los actores son malos, si estás con la persona que te hace sentir bien creo que lo demás es secundario. 

Fuimos a la feria de Tristán Narvaja, un lindo domingo. Ella compró un libro de partos y yo uno de Juan Rulfo, al mismo tiempo y en puestos enfrentados. Al poco rato apareció la primer discusión: ella se cansó de caminar y de no saber dónde ir específicamente, yo le dije que en la feria del domingo no puede tener la misma actitud autómata de la rutina semanal. 
Después nos tomamos un ómnibus y en el camino, hablando de varias cosas, ella me reprochó mi falta de voluntad para encontrar trabajo. Para cuando nos bajamos ya estábamos de mal humor.
En lo de mi padre comimos fideos, miramos un capítulo de Los Simuladores, nos besamos, discutimos muchas veces, yo miré unos minutos de un partido, volvimos a discutir, no nos poníamos de a cuerdo con nada. En el sillón ella no quiso hacer demasiadas cosas porque no quería quedar sucia, así que le propuse bañarse y ahí aceptó. Nos bañamos y en la ducha sí pudimos hacer algo porque bajo el ala de la limpieza siempre se queda tranquila. 
Secándonos volvimos a discutir, no recuerdo el motivo. Terminé con dolor de cabeza y la acompañé a la parada. Nos reconciliamos muchas veces también, creo que eso es lo que importa. 

La había estado esperando una hora en la parada. Cuando llegó no pude evitar mostrar mi molestia. Ella lo notó, no hablamos. Vino el ómnibus, no me avisó y la tuve que seguir. Subimos. No hablamos durante varios minutos, de hecho en un momento quedó sentada dos asientos más allá habiendo uno en el medio. En determinado momento ella me miró de reojo, tenía puestos los lentes de sol y los auriculares, es lo que hace cuando no quiere hablarme. Yo había sacado un libro y había leído unas páginas. La miré por fin y le hice un gesto para que se acercara, la abracé y vi sus labios en una mueca de tristeza. Me abrazó con fuerza, desquitándose. Yo la besé. Después volvimos a discutir, recién cuando nos bajamos pudimos terminarla. Nada justifica verla al borde de las lágrimas. Nada. 

La primera vez que fue a mi casa me pidió para ver mis fotos de cuando era chico. Saqué los álbumes enormes y cubiertos de polvo, los limpié y se los pasé. Los estuvo mirando entretenida vario rato. Con el paso de los meses los ha visto varias veces más. Cuando fui a su casa por primera vez me mostró sus fotos de cuando era chica, ella guarda muchas más y recuerdo bastante más precisos que los míos, con nombres, fechas, lugares. Tiene una memoria increíble. La mía es frágil, o distraída. Ella tiene muchas cosas de niña, espero que no las pierda. 









lunes, 14 de agosto de 2017

Donde duermen las arañas

en la punta de tu lengua 
donde duermen las arañas 
guardaste palabras con el pretexto
de no ser capaz de recordarlas
las guardaste para vos 
y cuando hablábamos sentados en la plaza
me las dijiste de corrido.
en la imágen que proyectan mis ojos 
duermen las arañas 
yo te miro para saber 
dónde queda eso
pero lo que sigue a la tormenta
es un espejo pintado de negro.

después
durante años
imaginé el desenlace 
muchas veces
y de distintas maneras;
siempre fue trágico:

a veces las arañas eran expulsadas de tu boca
como arrastradas por un tifón
que las dejaba aplastadas
contra cualquier muro;
otras veces amagabas a decir algo 
volvías a plegar tu lengua y las arañas
eran desintegradas por la saliva
que actuaba como un ácido letal;

y aun otras, te las tragabas. 


por si acaso no te volví a ver
ni a besar. 

viernes, 11 de agosto de 2017

Iglesia

Fui al supermercado apenas amaneció. Estaba abierto y todas las cajeras hacían un ritual neopagano para revivir al guardia de seguridad recientemente baleado. Agarré un paquete de galletas al agua y salí sin pagar. 
Fui a la plaza de la vía y me senté en uno de los bancos de hormigón, pero antes tuve que caminar algunas cuadras por la avenida; no me acuerdo bien, pero calculo que fue así. Me acuerdo, eso sí, de la sensación que me produjo el viento helado en la cara mientras caminaba. 
El banco de hormigón estaba pintado de rojo y amarillo, sobre él habían dibujos infantiles o adolescentes, nombres, insultos. En la esquina estaba sentado el señor que para los taxis, comía algo y miraba la calle de forma monótona y aburrida. Lo miré un rato hasta que me empecé a aburrir yo también, entonces torcí la cabeza hacia mi derecha y vi que en los bancos escalonados de la otra punta un animal pequeño se movía con velocidad, saltando los escalones y dando vueltas. No sé por qué tardé tanto en reaccionar: era una rata. Sentí electricidad subiendo por mi cuerpo, debo haber quedado pálido. Me levanté con miedo a que viniera hacia mí, aunque nos separaban unos veinte metros. Entonces empezaron a salir otras ratas iguales de los rincones de una pared de cemento lindera a la plaza. En segundos eran decenas, moviéndose por el piso con una rapidez sumamente maligna. No me desmayé porque el instinto de conservación fue más fuerte; en lugar de eso salí corriendo hacia mi izquierda, tomé nuevamente la avenida y al pasar por donde estaba el señor de los taxis noté que me miraba raro y decía algo con su voz apretada y confusa. 
Corrí una cuadra por la avenida y doblé a la izquierda, siempre corriendo, sin pensar. Recién cuando hice la segunda cuadra tuve el valor -y el cansancio- para frenar y mirar hacia atrás. Giré demasiado rápido y me quedó doliendo la espalda. Me tranquilizó el no ver ninguna rata siguiéndome, y recién ahí, mientras tomaba aire mi pensamiento volvió a funcionar y me lamenté por haberme tenido que ir tan rápido de la plaza, me pareció que si seguía unos minutos sentado en ese lugar se habría podido generar un ambiente ideal para esa hora. Sentí hambre y me acordé de las galletas. ¿Dónde estaban? Un pánico enorme me tomó desprevenido, sentí el hueco de lo que no estaba, lo sentí en mi cuerpo, principalmente en mis manos pero también en mi mente. Había olvidado un paquete de galletas, o lo había perdido, o me lo habían robado. No lo sabía y apenas intenté recordar todo lo que había hecho en el día hasta ese momento, un dolor fuerte en la sien derecha se interpuso entre cualquier recuerdo y yo. El pánico dio paso a la melancolía. Caminé un poco más y llegué frente a la iglesia de los mormones. Uno de ellos, rubio, alto y sonriente me vio ahí parado y en un español duro me invitó a pasar. No dije nada pero entré, él me seguía y tampoco hablaba, no hacía ninguna indicación y en cierto sentido pensé que así era mejor, dejarse llevar sin necesidad de explicaciones o pautas. Enseguida después de la entrada aparecía un pasillo largo, limpio hasta la monotonía y el asco. Empecé a caminar y elegí una de las tantas puertas, no por nada en especial, eran todas del mismo color y del mismo tamaño. Me paré como para entrar y comprobé que el mormón ya no estaba ahí conmigo, aunque no recordaba haber escuchado ninguna de las puertas anteriores abrirse y tampoco sabía con precisión cuándo sus pasos habían dejado de sonar. Entré en una sala pequeña con sillas de madera perfectamente ordenadas en filas horizontales y un pizarrón que tenía unos símbolos dibujados. Me acerqué, por primera vez en mucho tiempo sentía curiosidad por algo; eran símbolos de algo, pero ninguno me resultó conocido. Siempre me gustaron los actos que aparentemente no obedecen a ningún objetivo o sentido visible, me resultan auténticos y siento una gran alegría cuando decido llevar a cabo uno de ellos, cuando sé que nada ni nadie (ni yo mismo) lo va a impedir; así que mojé mi dedo índice con saliva y me puse a borrar de manera arbitraria fragmentos de esos símbolos dibujados en el pizarrón. Los dejé incompletos, precarios, y enseguida pensé que quizás lo que estaba dibujado antes de mi intervención podría ya de por sí no ser algo definitivo; podría no ser yo el primero en borrar parte de ese dibujo, entonces estaría fragmentando apenas un fragmento, funcionando como una trituradora; podría ser también que el autor de esos dibujos se hubiese aburrido, dejando todo por la mitad. Entonces alguien habló a mis espaldas y su voz no era ni femenina ni masculina. 
-Quedate quieto, yo te conozco. 
-Tengo hambre, ¿no tienen galletas por acá? -pregunté distraídamente, volviendo a lamentar mi descuido anterior. 
-Acá no, pero conozco un lugar.- su voz seguía siendo neutral.- Seguime.- Fui a darme vuelta y me gritó "!No!", y su voz dejó entrever irritación, pero no pude saber qué edad tendría, ni su sexo. -Me vas a seguir la voz, caminando de espaldas. Yo te hablo y vos me seguís.-
Le dije que sí y empezó a hablar, a tiempo que el sonido de sus palabras se alejaba y yo tenía que hacer un esfuerzo muy grande por caminar de espaldas sin chocarme contra nada. 
-Mirá, yo sé que a veces el mundo nos muestra cosas extrañas que no logramos descifrar en el momento, como los pájaros por ejemplo. Muchas veces me he preguntado para qué existen, cuál es su sentido real para que estén entre nosotros. Después me convencí de que las cosas hermosas no tienen otra explicación más que su propia belleza, belleza que es causa y efecto, potencia creadora y fin.- Mientras hablaba yo atravesaba con gran inseguridad salas exactamente iguales que la de donde habíamos partido. Cruzamos cuatro o cinco y ya había empezado a aprenderme las posiciones de cada cosa, de modo tal que iba ganando cada vez más velocidad y seguridad. Hasta que al cruzar por la sexta o séptima puerta, choqué con un objeto que tendría la mitad de mi altura. Me confundí y traté de tocarlo para entender de qué manera esquivarlo, mientras la voz se alejaba -...de la tarde a la noche, pero no de otra manera. Lo que tratan de imponer ahora es...- No escuché más nada, estaba cansado. Me quedé quieto pero tampoco quise darme vuelta y seguir caminando mirando hacia el frente. Así que miré a mi derecha y pude ver el típico pizarrón, vacío, las sillas y debajo de ellas una puerta de sótano con su manija de hierro oxidada. Corrí las sillas y levanté la puerta-tapa. No vi ninguna escalera. No vi nada, todo estaba absolutamente oscuro. Me tiré de cabeza. 
Debo haber estado cayendo bastante tiempo. Lo hice sobre una habitación repleta de colchones y almohadas, totalmente iluminada. Salí por la única puerta que había y me vi a mí mismo en la iglesia, al lado de una representación macabra de la virgen María acunando a su hijo. Me vi caminar hacia el cura que estaba de espaldas en uno de los bancos más adelantados. Sintió mis pasos y volteó. -Ah, volviste con el caballo cansado -dijo con una sonrisa irónica-. Son las siete, andá a tocar las campanas, y no te olvides que hoy te toca ayunar.
-Sí- me vi decir, y lo siguiente todavía no forma parte de mi posible memoria. 

miércoles, 9 de agosto de 2017

Zyklus

El momento indefinido a lo largo y ancho del paisaje
se cuenta a sí mismo la desolación 
su eco repetido se desliza por la superficie
para luego ascender en el aire viciado
hasta llegar al astro que lo toca y lo devuelve 
indefinidamente.

Todo rastro de acción ha desaparecido
y apenas fue un punto intermedio 
hasta derivar en esta calma que 
siendo principio y final 
es también limbo 
puerta equívoca y oscura hacia otra parte




pero nada está programado




el caos impera por debajo
la incertidumbre aplastará lo que sea que exista




pero la calma no es aparente




esta calma es ahora lo más absoluto
e irrevocable
hasta que la eternidad muestre su otra cara 
y todo estalle.





Mientras tanto
s i l e n c i o


en el silencio lo inmenso no asusta
en lo inmenso la soledad no hiere
en soledad las cosas tienen sustancia

y el sol reaparece como una constante.

martes, 8 de agosto de 2017

Tango grave

Atravesé esta tarde de agosto 
lluviosa y gris, ya pronta a morir 
sin miedo a caer en lugares comunes. 
Estuve horas escuchando a Piazzolla
y hace un rato terminé de leer Sobe héroes y tumbas. 
Todo indica que estoy en Buenos Aires
y que saldré a caminar por sus calles 
sintiéndome irremediablemente melancólico;
pero no es así, estoy en otro lado
que no vale la pena mencionar 
impostando un poco la nostalgia
redireccionándola. 
Nunca estuve en Buenos Aires
no de esa manera. 

El espejo me muestra un océano virgen 
cuando me miro
las facciones signadas por el dolor de no estar
en todos los lugares que quisiera 
y haber perdido tiempo sin generar nuevos recuerdos 
me limita la voz, el tacto
porque hasta las ciudades que me voy creando 
tienen fecha de vencimiento

A explotar

en el medio de lo blanco
el espacio se abre 
a sí mismo 
cuantas veces quiera 
con un movimiento circular 
que genera la ilusión de vértigo
cuando en realidad
todo permanece
quieto
y el movimiento no es tal 
sino la forma que tenemos 
de aproximarnos al entendimiento 
nos lleva a esa idea 
y también nos hace creer que hay algo blanco 
o que al no haber nada lo que queda se ve blanco
pero no es así 
porque ese proceso nada sabe de percepciones humanas
así que nombrar un color es impreciso 
también lo es atribuirle una acción 
ya que lo que quiero explicar 
la idea que tengo 
es la de una constante planicie 
de nada 
en donde no hay lugar al que ir 
ni lugar de donde partir 
y no hay nada ni nadie que genere un cambio 
y pienso que  
esa especie de planicie de la no existencia 
tiene que estar guardada de alguna manera 
en algún lugar de los que sí existen y sí se mueven
pronta para explotar y tragárselo todo 
sólo que no sé
cuándo sería un buen momento. 



Danza para que los muertos se levanten (o dejen de molestarnos)

iremos a tu cementerio del norte o central 
si se puede por la noche 
atravesaremos el portón de rejas oxidadas 
para reptar hasta la tumba que te aloja 
fragmento podrido del cosmos 
padre, hijo y esposo 
bailaremos una danza oculta 
haremos llover para que la humedad genere
una variante dentro del espacio restringido 
que te soporta, saco de huesos 
cada vez menos crujiente 
si no nos apuramos te vas a caer sobre vos mismo 
perdiendo la identidad entre los huecos de la tierra 
y cuando lleguemos al lugar 
no recordaremos en quién estábamos pensando. 
ayudanos a conservar nuestro sentido de la fé 
hacé fuerza, no te vengas abajo 
que nosotros llevaremos comida, alcohol, flores
y muchas drogas para mantenernos estimulados 
por si acaso la opacidad del ambiente nos ahogara 
(dios no lo permita) 
y pensáramos en abandonarte. 

tumba del anonimato
por y para vos nuestro canto 
aunque tu nombre haya sido borrado por el tiempo 
y aunque el tiempo haya borrado también 
todo signo identificatorio en tus neuronas.
entendemos la depresión que genera estar
durante horas dentro de una caja 
en una sala con aire acondicionado 
siempre en la misma posición 
escuchando conversaciones de protocolo 
mirando fijamente una cafetera llena. 
generás compasión 
fuiste elegido muerto-damnificado del año 
haremos (hasta) lo imposible 
para darte una mano 
incluso dos manos y dos piernas 
para que rearmes tu cuerpo: 
nos pondremos en fila y te llevaremos de compras
para que elijas de cada uno la parte que más te guste
y la incorpores a tu nueva anatomía. 
haremos otras cosas también 
aprenderemos ritos lejanos 
todos los días serán aquí dos de noviembre 
para que al despertar no sientas el contraste.