martes, 25 de julio de 2017

Gato gris de ojos amarillos

Vi a la muerte representada por un gato gris 
de ojos amarillos que alimentaba mi abuela.
Mi abuela alimentaba la muerte todos los días.
La muerte creció y murieron todos los vecinos. 
Los hijos de los vecinos quisieron matar a mi abuela.
Mi abuela lanzó una maldición contra todos los vecinos
muertos y contra los hijos vivos de los vecinos muertos.
Los hijos vivos y los vecinos padres muertos 
pasaron a ser lo mismo. Mi abuela mandó una carta
a todos los cementerios de la ciudad. Los cementerios 
no le respondieron y mi abuela lanzó un conjuro
para que los cementerios aprendieran a hablar. 
Los cementerios enseñaron a hablar a sus muertos.
La ciudad se llenó de voces secas. Los hijos y los padres
muertos le hablaban por la noche a mi abuela.
Mi abuela no podía dormir por los susurros. 
Los muertos se reían y mi abuela dejó de alimentarlos.
Los muertos se morían de hambre y mi abuela les dio
como ofrenda a un gato gris de ojos amarillos. 





Orgánico

Yo tenía una planta de procedencia extraña acostada en mi cama. La cuidaba. No dormía para no quitarle espacio. Un día me dormí sentado y soñé que venía a visitarme el Dios Vegetal. Era una luz amorfa y verde que se movía y cambiaba de tono su color mientras hablaba. Yo no dije nada. Él expuso un monólogo sobre la destrucción necesaria de todas las cosas. Me aburrí y quedé dormido en el sueño. Cuando desperté la tierra me tragaba y lo agradecí. 

Estar o no

¿Cuántos segundos después
del relámpago dispara el trueno?
Los suficientes para que me desaparezca
de todo plano una bala de plomo. 
Y si no llego a escuchar el estruendo 
pues mi sentido de la percepción mengua 
algo del probable rayo igual queda
impregnado entre hueso y hueso.

¿Cuáles de los segundos posteriores
vendrán primero a otorgarle 
un nombre a mi muerte? 

lunes, 24 de julio de 2017

Nombrar lo improbable

El rincón de una cocina:
silla inclinada hacia atrás
plato con migas sobre el mármol
portaretratos vacío
ventana que muestra:
calles oscuras
luces desparramadas
rejas verdes
graffiti sobre una pared:
letras grandes
colores vivos
trazo imperfecto
poema escrito con corrector:

nada puede llamarse
sí mismo
a sí mismo
los laberintos existen
como trampas
del misterio
la vida no 
vale nada 
en su esencia
la subjetividad 
ahoga todo. 

viernes, 14 de julio de 2017

Todo el universo depende de eso

Veo lo que debo matar
repetido al infinito.
Lo veo en la cuerda y en la ropa
lo veo aunque me hunda en el barro
o la atmósfera me desintegre
en un lento vaivén de ciclo natural.

Es un cadáver 
pesando sobre mis hombros 
que debo matar 
no por ley sagrada
ni para cumplir un contrato
sino como una confirmación.

Está podrido 
y en su podredumbre cargo mi culpa.

Veo lo que debo matar
y es algo hermoso:
la inocencia del niño 
la abnegación del mártir.

Pero alguien tiene que devolver el equilibrio
o inventarlo.



viernes, 7 de julio de 2017

Regtest

Es varios años atrás, como diez o doce. Yo soy chico y estoy en un cuarto lleno de humo sonoro y familiaridad. Un bajo denso bien de reggae sale de los parlantes y lo envuelve todo. Hay olor a championes transpirados y ropa amontonada. Hay camisetas de fútbol de algunos equipos. Me siento bien aunque la música no me deje dormir. Voy a otro cuarto de la casa, pero ahí pasa todo lo mejor. Ahí en la oscuridad casi completa escucho una voz rara que canta en inglés "waiting for 1989/we don´t want no more war", y aunque no entiendo qué significa, me gusta. Me hace bien el misterio que para mis ojos rodea a la figura adolescente; lo veo lejano, divertido, perspicaz. Salgo a la vereda y me siento en el escalón de la puerta. Los veo en la esquina, se ríen y gritan. El cuarto en el que duermo y escucho música es también ese barrio, es también las calles cercanas, el almacén de los chinos, el ciber y los chistes sobre drogas y sexo que no entiendo. Que sea oscuro ayuda a mantener la intimidad en mí, la cercanía. De día se tarda en abrir las persianas y tengo que salir un poco, además de día no sale la música. Hay otra voz que canta en inglés, también es reggae y también se opone a la guerra. El concepto es amplio, a los nueve o diez años yo no entiendo bien qué pasa en la guerra y por qué pasa. Pero a mi manera entiendo el sentimiento. Además hay una bandera colgada de una de las paredes, es grande y tiene tres colores que ayudan con el clima general. Por arriba de la puerta se filtran luces y sonidos del comedor. Es otro mundo, también familiar. Ahí voy a cenar y miro en la televisión partidos de fútbol. Las otras figuras no son tan misteriosas ni tan sucias, pero siguen siendo cálidas. Tengo una hoja y una lapicera con la que hago dibujos precarios y escribo historias, aunque las mejores historias las narro oralmente cuando caminamos a la salida de la escuela y nos vamos acercando al barrio. Hago aparecer súper héroes clásicos y les agrego características locales, problemas del tercer mundo para que ella se ría o se sorprenda. Después vuelvo y de noche miramos fútbol mientras él me cuenta anécdotas de otros tiempos ya lejanos, de jugadores, de campeonatos. Le miro las venas gruesas de las manos cuando le pone limón a la ensalada. Lo miro por varios minutos y me río cuando se queda dormido en el comedor oscuro mientras en la tele siguen dando una película de cowboys. Todo se me hace más cercano con la noche. Soy chico y todavía me levanto temprano, pero de mañana los tres duermen. Miro Cartoon Network a bajo volumen, sentado en un banco marrón al lado de la tele. Como bizcochos y yogures que ella me dejó arriba de la mesa cuando vino de madrugada. Esa es mi previa para ir a la escuela. Entro a la una de la tarde y salgo a las cinco. Ojalá que después pueda volver.

sábado, 1 de julio de 2017

l e v e d a d o m é s t i c a

No ves cuando camino que tengo
el corazón sitiado por los surcos 
de los ojos de una ciudad azul con 
gusto a humo y con la mirada ciega. 
Te gusta imaginar el domingo bajo
la piel de los perros que amanecen 
tirados al sol de la tarde. La tibia resaca 
contrae los huesos, el miasma caliente 
aleja turistas, yo tiemblo entre los fierros
de mi cama. Tiemblo y recuerdo el juego 
de nombrar todos los días menos uno 
que contiene lo esencial dispersado en el
tiempo, condensado en una afluencia de formas
geométricas entrelazadas que indican lo real.
Siento, pienso, redirecciono el aire muerto. 
Vivo, soplo la inconsistencia gutural. 
Me hago cargo de la enredadera que dejé
crecer en la ventana de una casa que creí propia,
y si alguien se anima a traer una mínima prueba,
me entrego.