viernes, 13 de septiembre de 2019

Impacto

Te pedí que abrieras con tus dientes un surco en mi cuerpo para que la sangre marcara un camino alternativo a la autopista. Nada más que eso puedo ofrecerle al mundo: un apocalipsis íntimo: muero bajo el cielo cargado de nubes: podrían pasar siglos hasta que encuentren mi cuerpo: mi cuerpo no será tierra fértil: edificaron ciudades encima del desierto: estoy tapado por capas de concreto.
O tal vez no muera y me vea obligado a devorar los ojos de cada conductor anónimo que se atreva a mirarme, y luego tenga que desviar la mirada de los tuyos por miedo a que me atrapen en medio del océano que reflejan sin descanso. Mi peor miedo es estar en el centro exacto de cualquier océano, y no recordar el sentido de las acciones. Uno de los dos tiene que ser la isla, el camposanto. Te dije que nuestra sangre sería el combustible primordial de todas las civilizaciones futuras; cerraste los ojos y sentí tu carne morder en mí todos los sueños frustrados de nuestra época. Cediste. Pasé mi lengua por el hueco que dejaban tus labios entreabiertos. La nueva lluvia. Nos cubrimos con el auto dado vuelta, el agua apagó las llamas un segundo antes de que todo explotara. Justo a tiempo, tu muerte.

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